Sonetos
A Blanca
A Felisa
A orillas del Nalón
A Unos ojos
Adiós para siempre
Amar y querer
Amores de ultratumba
Catón de Útica
El amar y el querer
El amor y el interés
El busto de nieve
El concierto de las campanas
El descreimiento
El mal negocio del diablo
El ojo de la llave
El poder del llanto
El último amor
Guardas inútiles
Hero y Leandro
Justos por pecadores
La duda
La niña y la mariposa
La Nochebuena
La sal del diablo
La vida humana
La vuelta al hogar
Las doloras
Las dos copas
Los celos
Los dos espejos
Los padres y los hijos
Moras y cristianas
Poetas y filósofos
Rosas y fresas
Saber y no saber
Soneto
A Blanca
Romance
En poco tienes mi dicha,
sabiendo que tu tardanza
llena mi pecho de angustias,
y de sospechas mi alma.
Bien se conoce que ignoras,
o al menos de hacerlo tratas,
que son los instantes siglos
para una amante que aguarda.
¿Qué leyes de amor ordenan
a tu voluntad ingrata
que des placer a tus gustos,
tal vez sirviendo a otra dama,
mientras te aguardo aterida,
junto a una reja sentada,
trocando el calor del lecho
por el rigor de la escarcha?
¡Ay! no era así cuando amante
en la alta noche cantabas,
con tierno afán ponderando
mi ingratitud y tus ansias.
¿Adonde está la firmeza
de aquellas dulces palabras,
para tu bien acogidas,
y para mí mal quebradas?
Sin duda por lo ligeras
se las llevaron las auras,
si no fue que en mis paredes
se quebrantaron por blandas.
Acuérdate de las veces
que me juraste con ansia,
mirando a la virgen luna,
tu fe, por su lumbre clara.
¡Jurábasme por la luna!
Por buen seguro jurabas,
porque es la fe de los hombres
como la luna, voltaría.»
Así se queja una niña
que con su amante soñaba,
quedando en brazos del sueño,
ya de esperarle cansada.
Las blancas sienes tenía
sobre la reja apoyadas,
con hondo afán espiando
cualquier susurro del aura;
y oyendo estaba envidiosa,
cuanto otro tiempo envidiada,
necios llorar los amantes
la ingratitud de las damas.
Veía sombras informes
que sin rumores se alzaban,
y aquellas nieblas confusas
que van mintiendo fantasmas;
y ya mostrándose esquiva,
ya figurándose blanda,
vertiendo ahora sonrisas,
después derramando lágrimas,
la fe maldiciendo siempre
de los amantes que tardan,
entre amorosos suspiros,
desdenes, lágrimas, ansias,
ruídos, canciones, delirios,
sombras, nieblas y fantasmas,
en brazos quedo del sueño
junto a la reja sentada.
-Duerme, soñando placeres,
blanca paloma sin alas;
que son las dichas más puras
todas las dichas soñadas.
Duerme entre blando embeleso
de imaginaciones hartas;
que harto será el desengaño
que te traerá la mañana.
¡Pobre inocente! sin duda
de algún tesoro que guardas,
por más que lo niegues, niña,
la mejor prenda te falta.
Mal haya el halcón que abate
sobre una alondra sus garras,
y hace crüel de las suyas
pasto infeliz sus entrañas.
Mal haya, amén, el piloto
que el barco de la esperanza
bota en un mar de delicias,
sabiendo que en él naufraga,
Mal haya el pérfido amante
que astuto a una niña engaña,
ciego apurando hasta el fondo
de sus tesoros el arca.
Los que matando de amores,
de ser verdugos se alaban
por ser crueles y falsos,
una y mil veces mal hayan.
De algunas noches me acuerdo
que requiriendo tus gracias,
con sus razones, mis sueños
tu falso amante inquietaba.
«Abre las puertas (decía),
y no, ya que tu desdén
tormentos da al alma mía,
quieras que helado también
encuentre mi cuerpo el día.
No añadas mi muerte, hermosa,
a tus amantes blasones;
baste que el aura amorosa
confunda en la noche umbrosa
con su rumor mis canciones.
Tal fuego en mi pecho inflama
el de tus ojos, bien mío,
que te amo tanto como ama
la mariposa a la llama,
y la pradera al rocío.»
Así tu pérfido amante
en la alta noche cantaba,
en fe de amigo asaltando
de tu pureza el alcázar.
¡Ay! ¿quién dijera que el mismo
que estas endechas alzaba,
hoy te tendría esperando
junto a la reja sentada?
Quebráronse sus razones:
¿qué mucho que se quebraran,
siendo tus rejas tan duras
y sus razones tan blandas?
Llora tus gustos pasados,
pobre azucena olvidada;
que nada borra en el mundo
lo que no borran las lágrimas.
Tal vez se apague llorando
el fuego de tus entrañas;
aunque el remedio es inútil
cuando el enfermo dio el alma.
Y puesto que entre las sombras
te sales a la ventana,
trocando el calor del lecho
por el rigor de la escarcha,
duerme entre el blando embeleso
de imaginaciones hartas;
que harto será el desengaño
que te traerá la mañana.
A Felisa
El día de su casamiento con D. Salustiano de Olozaga
Aunque a la aurora temores,
y al mismo sol des enojos,
te sientan con mil primores
la languidez en los ojos,
y en el cabello las flores.
Muestran tantas maravillas
los diamantes en tu cuello,
las rosas en tus mejillas,
que con real ornato brillas,
desde la planta al cabello.
Y aunque arreo tan brillante
dé a tu belleza decoro,
¡ay, que en tu lindo semblante
oculta cada diamante,
bella Felisa, un tesoro!
Vertiendo dulce sonrisa,
no ocultes los ojos bellos,
porque te dirán con risa
que ya leyeron, Felisa,
tus pensamientos en ellos.
Embebecida y errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Ya sé que en este momento
las niñas en dulce calma
oyen, con turbado intento
cosas que murmura el viento
y escucha gozosa el alma.
Ya sé que el cielo abandonan
los ángeles, y que hermosos
de luz su, frente coronan,
y dobles himnos entonan,
de su hermosura envidiosos.
Sé que en sus ojos se encantan,
y que en torno se revuelven;
acentos de amor levantan;
las llaman hermosas; cantan;
besan su faz, y se vuelven.
Y en este instante de gloria,
con recuerdos seductores,
ya sé que por su memoria
pasa la amorosa historia
de sus pasados amores.
Por eso, Felisa, errante
vagas con planta insegura,
mal si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Dime si tal vez, hermosa,
en esa ilusión tranquila
probando estás amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
Di si en tus ojos se encienden
los ángeles; si contento
te causa tal vez su acento;
y si mirándote, tienden
las blancas alas al viento.
Di si recuerdas, Felisa,
las canciones que sonaron
en tu calle, y se apagaron;
¡que por Dios que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron!
Ya no escucharás cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Que os es muy grato a las bellas
al son del arpa importuna
oír amantes querellas,
ya al brillo de las estrellas
ya al resplandor de la luna.
Y os place ver derramados
cantos de amor por los cielos,
porque causen acordados
a otras hermosuras celos,
y a otros galanes cuidados.
Y oís las trovas de amores,
en vuestro lecho adormidas,
como los vagos rumores
que hacen al ondear las flores,
de vuestras rejas prendidas.
Y al despertar, con empeños
tal vez pensáis que halagüeños
os dan, cantando, placeres,
esos dulcísimos seres
con quien platicáis en sueños.
Mas ¡ay, que ya se apagaron
aquellos cantos, Felisa,
que en tu alabanza sonaron!
Y por Dios, que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron.
Pasaron los amadores,
llevando sus falsas llamas;
tiempo es que libre de azores
trate, Felisa, de amores
la tórtola entre las ramas.
Ya no escucharás, cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Las rosas que con pasión
hoy te prendiste galana,
las últimas rosas son
que columpió en tu balcón
la brisa de la mañana.
Si ya con plácidas glosas
tu pecho nunca se embriaga,
aún hay canciones gustosas,
con que a las tiernas esposas
el aura nocturna halaga.
Si trovas no están rompiendo
tus sueños, como hasta aquí,
los romperá el dulce estruendo
de algún pecho que gimiendo
esté, Felisa, por ti.
Y unos sones muy callados
oirás cruzar por los cielos,
sin que causen, acordados,
ni a otras hermosuras, celos,
ni a otros amantes, cuidados.
Y a cada momento, hermosa,
en grata ilusión tranquila,
podrás probar amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
A orillas del Nalón
¡Cómo, al vagar la mente,
lástima inquieta el corazón llagado!
¿El ánima doliente,
llora por lo presente,
o suspira tal vez por lo pasado?
Ya de añejos dolores
nos señala el arpón, o ya renueva
recuerdos seductores,
ya de gustos de amores
la antigua miel entre ilusiones prueba.
Ora, al cielo vecina,
su curso, audaz, a los planetas marca;
ya al abismo declina;
ya a par del sol camina,
y el ancho espacio de la luz abarca.
¿Qué buscará en la hondura
de esas sonantes y apacibles olas,
que con planta insegura
llevan su linfa pura
arrastrando entre lirios y amapolas?
Tal vez cuando sus huellas
multiplican los brillos halagüeños,
sus imágenes bellas
se parezcan a aquellas
que audaz forjaba en mis dorados sueños.
Si en óptica ilusoria
las remedan tan frágiles perfiles,
quiero aumentar mi gloria,
trayendo a la memoria
los sueños de mis años juveniles.
Corred por las campanas,
fáciles ondas, derramando albores,
y al pie de las montañas
seguid entre espadañas
trocando en perlas las brillantes flores.
En plácidos concentos,
por el soto tended las limpias huellas,
conjuraré los vientos
porque no borren lentos
esa copia de imágenes tan bellas.
Y si el aire el encanto
borrase de esos cuadros halagüeños,
consuéleos mi quebranto,
porque también el llanto
borra el tropel de mis amantes sueños.
¡Oh, si mi frágil nave
pudiese por lo menos sus entenas
dar al aire suave,
para que el peso grave
cruzase un mar de linfas tan serenas!
Llevadme, ondas queridas,
por vuestro raudo y celestial camino;
si es por sendas floridas,
no importa que perdidas
a morir caminéis al mar vecino.
Que con queja importuna
jamás, en congojosa pesadumbre,
maldigo la fortuna,
sea el sol o la luna
quien el camino de mi muerte alumbre.
Al término toquemos,
antes que hollar en nuestro rumbo abrojo;
cuanto más caminemos,
por las prendas que amemos
menos ofrendas verterán los ojos.
Llevadme, ondas serenas,
no quiero, atravesando de corrida,
que vaya a duras penas
la sangre de mis venas
enlutando la senda de mi vida.
A Unos ojos
Más dulces habéis de ser
si me volvéis a mirar,
porque es malicia, a mi ver,
siendo fuente de placer,
causarme tanto pesar.
De seso me tiene ajeno
el que en suerte tan crüel
sea ese mirar sereno
sólo para mí veneno,
siendo para todos miel.
Si crueles os mostráis
porque no queréis que os quiera,
fieros por demás estáis,
pues si amándoos, me matáis,
si no os amara, muriera.
Si amando os puedo ofender,
venganza podéis tomar,
porque es fuerza os haga ver
que o no os dejo de querer,
o me acabáis de matar.
Si es la venganza medida
por mi amor, a tal rigor
el alma siento rendida,
porque es muy poco una vida
para vengar tanto amor.
Porque con él igualdad
guardar ningún otro puede;
es tanta su intensidad,
que pienso ¡ay de mí! que excede
vuestra misma crüeldad.
¡Son, por Dios, crudos azares
que me den vuestros desdenes
ciento a ciento los pesares,
pudiendo darme a millares,
sin los pesares, los bienes!
Y me es doblado tormento
y dolor más importuno,
el ver que mostráis contento
en ser crudos para uno,
siendo blandos para ciento.
Y es injusto por demás
que tengáis, ojos serenos,
a los que, de amor ajenos,
os aman menos, en más,
y a mí que amo más, en menos.
Y es, a la par que mortal,
vuestro lánguido desdén
¡tan dulce... tan celestial!
que siempre reviste el mal
con las lisonjas del bien.
¡Oh, si vuestra luz querida
para alivio de mi suerte
fuese mi bella homicida!
¡Quién no cambiara su vida
por tan dulcísima muerte!
Y sólo de angustias lleno,
me es más que todo crüel,
el que ese mirar sereno,
sea para mí veneno,
siendo para todos miel.
Adiós para siempre
A. Carolina
Porque no infiel juzguéis a mi memoria,
aunque os digo, «por siempre», al huir de vos,
la eternamente lamentable historia
vais a escuchar de mi primer «adiós».
«Era una niña como vos afable,
lozana, y pura y celestial cual vos».
¡Quién al dejar a un ser tan adorable,
podrá decirle: «¡Para siempre adiós!»
«Partí... y la fama me contó su muerte».
¡Guárdeos el cielo de su suerte a vos!
Y al recordar su abominable suerte,
dejad que os diga: «¡Para siempre adiós!»
Pues siempre, herido de dolor tan fiero,
desde aquel día, como ahora a vos,
a cuantos seres con el alma quiero,
¡«adiós», les digo, «para siempre adiós»!
Amar y querer
A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.
Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento emponzoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.
De su favor ya en vano el aire arrecia;
mintió a los dos y sufrirá el castigo
que uno la da por vil, y otro por necia.
No hallará paz con él, ni bien conmigo:
él, que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.
Amores de ultratumba
I
Que le enterrasen mandó
Almanzor el aguerrido,
entre el polvo recogido
en las batallas que dio.
II
De una muerta que adoré,
y a la que nunca he olvidado,
cuando me muera, enterrado
entre sus restos seré.
III
¡Yo, más feliz que Almanzor,
en mortaja diferente,
gozaré perfectamente,
si él la «gloria», yo el «amor»!
Catón de Útica
Rasga su pecho el «último romano»
y exclama, deshonrando su memoria:
- Sueño es la libertad, humo la gloria,
y la austera virtud un nombre vano.-
Detén, Catón, la temeraria mano,
que en huir del dolor nunca hay victoria;
fiel a ese pueblo, mártir de la historia,
muere, si hay que morir, cara al tirano.
Torna a ganar la libertad perdida;
vuelve hacia Roma, y cuando hieran, hiere;
si cae la virtud, caiga vencida.
¿Quién su deshonra a su dolor prefiere?
En las batallas de la humana vida
sólo se mata el vil; el noble muere.
El amar y el querer
A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.
Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento empozoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.
De su favor ya en vano el aire arrecia;
mintió a los dos, y sufrirá el castigo
que uno le da por vil, y otro por necia.
No hallará paz con él, ni bien conmigo
él, que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.
El amor y el interés
Sentía envidia y pesar
una niña que veía
que su abuela se ponía
en la garganta un collar.
-¡Necia!- la abuela exclamó-.
¿Por qué me envidias así?
Este collar irá a ti
después que me muera yo-.
Mas la niña, que aun no vela
con la ficción la codicia,
le pregunta sin malicia:
-Y ¿morirás pronto, abuela?
El busto de nieve
De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.
Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.
En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.
Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor mueres de frío.
El concierto de las campanas
(PARA MÚSICA)
Por un «nacido» allí imploran,
y aquí por un «muerto» lloran.
Cuando allí tocando están:
«¡din don, din dan!»
tocan aquí en bronco son:
«¡din dan, din don!»
Allí un «vivo», y aquí un muerto.
A tan monstruoso concierto,
labrando mis goces van,
«¡din dan, din don!»
su tumba en mi corazón:
«¡din dan, din don!»
¡Ay, cuán falsamente unida
va con la muerte la vida!
¡Qué inútil es nuestro afán!
«¡Din don, din dan!»
¡Qué breves las dichas son!
«¡Din dan, din don!»
El descreimiento
A S. M. la Reina Doña Isabel II
Más que la luz de la razón humana,
amo la oscuridad de mi deseo,
y más que la verdad de cuanto veo,
quiero el error de mi esperanza vana.
Tenéis razón, hermosa Soberana,
que no sé cuándo dudo y cuándo creo;
si hoy, comparado a mí, todo es ateo,
tal vez de todo dudaré mañana.
Entre creer y dudar mi alma indecisa,
mientras pasa esta vida de quebranto,
que es eterna en dar fin, yendo deprisa,
El dudar y el creer confundo tanto,
que unas veces mi llanto acaba en risa,
y otras veces mi risa acaba en llanto.
El mal negocio del diablo
I
Siguiendo con espíritu moderno
del progreso la ley,
quiso el diablo alhajar su pobre infierno
con el fausto de un rey.
Harto ya de sus muchas peticiones,
le ofreció el cielo dar
de aquello en que más piensan las pasiones
un precioso ejemplar.
Creyó el diablo que ponen sus deseos
con un ansia sin fin
el ladrón y el pirata en sus saqueos
el héroe en su botín;
que, soñando, el que es rico, en su tesoro,
prescinde de otro amor;
que sólo piensa en sus coronas de oro
el que es emperador.
II
Y un día, en vez de perlas y diamantes,
empezó a recibir
muchas hojas de flor, rizos de amantes
y poco oro de Ofir.
Y siguió recibiendo de ellos y ellas
bagatelas de amor,
pelos, cartas, retratos... ¡cosas bellas!
mas... ¡cosas sin valor!
Ser amados y amar es la divisa
de los hijos de Adán,
y el amor de Abelardo y Eloísa
es su sabio Alcorán.
III
Viendo el diablo de tanta fruslería
el mísero montón,
su sangre se quedó como agua fría
y dijo: -¡Maldición!
¡Si no hay más que un placer en los placeres,
piensa el poeta bien!
Son almas hechas carne las mujeres,
y los hombres también.
¿Dónde está en los humanos corazones
la sublime ambición,
si en el alma, esa tromba de pasiones,
sólo hay una pasión?-
IV
Por ser el pobre diablo un usurero,
se engañó al presumir
que consiste tan sólo en el dinero
todo humano sentir.
No sabe que es el único adorado
el pecado de amor,
y que es el corazón, de ese pecado
único autor y actor.
El gran negocio, con su astucia toda,
lo calculó tan mal
porque el necio creyó que no está en moda
el culto a lo ideal.
V
Y quemando furiosos de ellas y ellos
los símbolos de amor,
vio exhalar de las flores y cabellos
¡humo, sombras y hedor!
Y así fue que, aunque siempre aterradora,
la mansión infernal
era pobre y muy limpia, pera ahora
¡es pobre y huele mal!
El ojo de la llave
No te ocupes en cosas ajenas ni
te entrometas en las cosas de los
mayores.
(KEMPIS, lib. XI, cap. I.)
I
A LOS QUINCE AÑOS
Dos hablan dentro muy quedo;
Rosa, que a espiar comienza,
oye lo que le da miedo,
ve lo que le da vergüenza.
Pues ¿qué hará que así la espanta
su amiga, a quien cree una santa?
No sé qué le da sonrojo,
mas... debe ver algo grave
por el ojo,
por el ojo de la llave.
El corazón se le salta
cuando oye hablar, y después
mira... mira... y casi falta
la tierra bajo sus pies.
¡Ay! Si ya a vuestra inocencia
no desfloró la experiencia,
no miréis por el anteojo
del rayo de luz que cabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.
Desde que a mirar empieza,
de un volcán la ebullición
sube a encender su cabeza,
va a inflamar su corazón.
Claro: el ser que piensa y siente,
siempre, cual ella, en la frente,
tendrá del pudor el rojo
cuando de mirar acabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.
De aquel anteojo a merced
mira más... y más... y más...
y luego siente esa sed
que no se apaga jamás.
Mas ¿qué ve tras de la puerta
que tanto su sed despierta?
¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,
ve de la vida la clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.
Haciendo al peligro cara,
ve caer su ingenuidad
la barrera que separa
la ilusión de la verdad.
Pero ¿qué ha visto, señor?
Yo sólo diré al lector,
que no hallará más que enojo
todo el que la vista clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.
Siguen sus ojos mirando
que habla un hombre a una mujer,
y van su cuerpo inundando
oleadas de placer.
Su amiga, de gracia llena,
¿no es muy buena? ¡Ah! ¡Sí, muy buena!...
Pero ¿hay alguien cuyo arrojo
de ser mirado se alabe
por el ojo
por el ojo de la llave?
II
A LOS TREINTA AÑOS
Mas, quince años después, Rosa ya sabe
con ciencia harto precoz,
que el mirar por el ojo de la llave
es un crimen atroz.
Una noche de abril, a un hombre espera:
la humedad y el calor
siempre son en la ardiente primavera
cómplices del amor.
Húmeda noche tras caliente día...
Rosa aguarda febril.
¡Cuánta virtud sobre la tierra habría
si no fuera el abril!
Y como ella ya sabe lo que sabe,
después que el hombre entró,
le hacia el frente del ojo de la llave
cual de un espectro huyó.
Y cuando al lado de él, junto a él sentada,
en mudo frenesí
se hablan ambos de amor sin decir nada.
Rosa prorrumpe así:
-¿El ojo de la llave está cerrado?
¡Ay, hija de mi amor!
Si ella mirase, como yo he mirado...
Voy a cerrar mejor.
El poder del llanto
A doña Emilia Pardo Bazán
I
Dio el Cielo a la mujer miles de encantos,
y a pesar de ser tantos,
son éstos de un poder irresistible;
además de lo buena y lo sensible,
une al pudor, en cuya fuente pura
todos beben su copa de locura,
el dejo celestial de sus acentos
y unos ojos que ven los pensamientos.
II
Leyendo esto, al gran Lope recordaba
nuestra insigne escritora, y replicaba:
-¿Y a qué olvidar nuestro mayor encanto?
Para ablandar lo duro del destino,
ha dado Dios a la mujer el llanto,
que es lo que hay en lo humano de divino.
El último amor
I
Ve un hombre amante a una mujer muy bella;
mas, por fatal disposición del hado,
ella es más joven, y él
calla su amor, porque le apartan de ella
treinta años, en que el triste ha derramado
un mar de llanto y hiel.
II
¿Qué pasa luego? Nada. Que entretanto
que ella un amor inmenso, aunque tardío,
mira en él con piedad,
por la parte de allá del mar de llanto.
-¡Adiós- dice él-, último sueño mío,
¡Hasta la eternidad!...
Guardas inútiles
I
-Ya anocheció: ¿quieres que hablemos, Lola,
aquí, a solas los dos?
-La que es buena, señor, nunca está sola;
pues está con su madre o está con Dios.
II
-Lola, ¿es verdad que un día os encontraron
solos, allí, a los dos?
-Eso es porque aquel día se quedaron
mi madre en casa, y en el cielo Dios.
Hero y Leandro
I
A Hero Leandro adoraba,
y, por verla enamorado
el Helesponto cruzaba
todas las noches a nado.
II
Y, según la fama cuenta,
Hero una luz encendía
que en las noches de tormenta
de faro al joven servía.
III
Una noche a Hero, cansada
de mirar hacia Bizancio,
rendida, aunque enamorada,
la hizo dormirse el cansancio.
IV
Y esto su amor no mancilla,
pues todas, lo mismo que Hero
tienen el cuerpo de arcilla,
aun teniendo alma de acero.
V
Y lo más triste es que, apenas
la pobre Hero se durmió,
cuando un aire, desde Atenas,
la luz, soplando, apagó.
VI
Viendo él la luz apagada
sintió aquel olvido tanto,
que, maldiciendo a su amada,
abrasó el mar con su llanto.
VII
Y queriendo, o sin querer
de pena se dejó ahogar,
sin que él pudiese saber
si le ahogó el llanto o la mar.
VIII
Lo cierto es que al desdichado,
al rayo del sol primero
la tormenta le echó, ahogado,
al pie de la torre de Hero.
IX
Y cuando muerto le vio,
Hero, cual Leandro fiel,
se arrojó al agua y murió
como él, por él y con él.
X
¡Que ellas fuertes en amar
y flacas en resistir,
si duermen para esperar,
despiertan para morir!
Justos por pecadores
Tronaba tanto aquel día,
que viendo al cielo irritado,
-Castiga sólo al culpado-
una devota decía.
Mas cuando al cielo pedía
contra el culpado rigor,
perdonando al pecador,
cayó en un árbol del huerto
un rayo, que dejó muerto
en su nido a un ruiseñor.
La duda
Tanto quiero creer, que no te creo,
dicha y tormento de la vida mía;
veo tu amor tan claro como el día,
mas lo anubla una cosa que no veo.
¡Cuando mis dudas en tu frente leo,
a poderte matar, te mataría!...
¡Oh, cuán desesperada es mi alegría,
que lo que adoro aborrecer deseo!
¡Santa virtud, consolador olvido,
dadme el candor de ver como hombre honrado
que soy con honradez correspondido!
¡Quítame, Amor, la duda que me has dado,
pues más que no creer siendo querido,
quisiera tener fe siendo engañado!
La niña y la mariposa
Al ilustre político Excmo. Sr. D. Francisco Romero Robledo,
el mejor de los amigos y el más bueno de los hombres.
Campoamor
Va una mariposa bella
volando de rosa en rosa,
y de una en otra afanosa
corre una niña tras ella.
Su curso, alegre y festiva,
sigue con pueril afán,
y con airoso ademán
la mariposa se esquiva.
A veces con loco intento
quiere hacer presa en sus galas,
y, en vez de tocar sus alas,
toca las alas del viento.
Y su empeño duplicando,
cuanto más corre afanosa,
más leda la mariposa
va su inocencia burlando.
La ciñe en rápido giro,
y al ir a cogerla esbelta,
por cada vez que se suelta,
suelta la niña un suspiro.
Mas, sin ceder en su anhelo,
presta una, y la otra ligera,
ni una acorta su carrera,
ni la otra amaina su vuelo.
Y vagan embebecidas,
sin sentir indiferentes
ni el son de las claras fuentes,
ni el de las auras perdidas.
Ni los pájaros que espantan,
entre las ramas divisan,
ni ven las flores que pisan,
ni oven las aves que cantan.
Y mientras estas cantando
siguen con plácido estruendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
---
- Amaina el vuelo sereno,
mariposa,
de quien es albergue el seno
de la rosa.
¿Por qué en tal dulce ocasión
vas sin tino
huyendo así la prisión
de lazo tan peregrino?
Reina de las blandas flores,
sus enojos
no temas, ni los ardores
de sus ojos,
porque ese puro arrebol
que enamora,
si es luciente como el sol,
es tierno como la aurora.
Entre mil palmas no hay talle
más galano,
ni azucena en todo el valle
cual su mano.
No oirás de su voz divina
la dulzura,
ni en el ruiseñor que trina,
ni en el raudal que murmura.
Aprende el aura a ser leve
de su planta,
y, para formar con nieve
su garganta,
le dio el cisne el atavío
de su pluma,
lumbre la aurora, y el río
su plata, cristal y espuma.
- No sigas más la inconstante
mariposa,
enamorada y errante
niña hermosa,
que al fin vendrá a ser cautiva
de tu llama,
si aun amorosa, aunque esquiva,
la luz de los cielos ama.
Y aunque aspira de mil flores
la fragancia,
no imites en tus amores
su inconstancia;
que al fin de tanto vagar,
suele, hermosa,
entre las flores hallar
la yerba más venenosa.
Imita sólo su vuelo,
pues serena,
jamás, niña, toca el ciclo,
ni la arena
Quien se humilla o sin razón
subir quiere,
muere a manos de un halcón,
si a las de un áspid no muere.
Mas ¡ay! que vas en pos de ella
vagarosa,
sin escuchar mi querella,
niña hermosa.
Sigues con presteza tanta
tu contento,
que así encomiendas tu planta,
como mi súplica, al viento.-
---
Y en tan inocente afán,
como su gusto entretienen,
así vagabundas vienen,
y así vagabundas van.
A veces en su embeleso
la mariposa, al pasar,
suele fugaz estampar
sobre su mejilla un beso.
Y rauda su vuelo alzando,
la niña de ángel blasona,
al trazar una corona
sobre su frente girando.
Y siguen acordemente
la mariposa en sus giros,
la niña con sus suspiros,
con sus rumores la fuente.
Vagan los aires suaves
formando dobles acentos,
y al grato son de los vientos,
siguen cantando las aves.
Y entre tanta melodía,
tanta corriente murmura,
que es todo el aire frescura,
aroma, luz y armonía.
Y susurrando congojas,
prosiguen mintiendo quejas,
en el pensil las abejas,
y en la enramada las hojas.
Y tiernas flores hollando,
y frescas auras batiendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
La Nochebuena
I
Son hija y madre; y las dos
con frío, con hambre y pena,
piden en la Nochebuena
una limosna por Dios.
II
-Hoy los ángeles querrán-
la madre a su hija decía-,
que comamos, hija mía,
por ser Nochebuena, pan-.
III
Y al anuncio de tal fiesta
abre la madre el regazo,
y sobre él a aquel pedazo
de sus entrañas acuesta.
IV
Al pie de un farol sentada,
pide por amor de Dios...
Y pasa uno... y pasan dos...
mas ninguno le da nada.
V
La niña, con triste acento,
-Pero ¿y nuestro pan? -decía.
-Ya llega -le respondía
la madre. ¡Y llegaba el viento!
VI
Mientras de placer gritando
pasa ante ellas el gentío,
la niña llora de frío,
la madre pide llorando.
VII
Cuando otra pobre como ella
una moneda le echó
recordando que perdió
otra niña como aquélla.
VIII
-¡Ya nuestro pan ha venido!,-
gritó la madre extasiada...
Mas la niña quedó echada
como un pájaro en su nido.
IX
¡Llama... y llama!... ¡Desvarío!
Nada hay ya que la despierte:
duerme, está helando, y la muerte
sólo es un sueño con frío.
X
La toca. Al verla tan yerta,
se alza, hacia la luz la atrae,
se espanta, vacila... y cae
a plomo la niña muerta.
XI
Del suelo, de angustia llena,
la madre a su hija levanta,
y en tanto un dichoso canta:
-¡Esta noche es Nochebuena!...
La sal del diablo
I
Al salir del Edén los dos impíos,
el diablo los miró,
y diciendo gozoso: -Ya son míos-,
con desprecio escupió.
La saliva del diablo fue un fermento
que vino a dar el ser
a la muerte, a la ira, al sentimiento,
al dolor y al placer.
Queriéndolos librar de ese amor ciego
que aviva la traición,
que pone, ardiendo, a las ideas fuego
y abrasa el corazón,
vino un ángel de Adán a la presencia
y le dijo: -Quizás
Dios os vuelva al jardín de la inocencia-;
y Eva exclamó: -¡Jamás!
La virtud es luchar. Con los placeres
que matan de dolor,
sentiré de las cosas y los seres
el tormentoso amor.
La virtud es luchar, y ya desdeño
el no sentido bien
que no saca del límite del sueño
al alma en el Edén.
Sufriendo, probarán nuestros amores
del pecado la sal,
el gran placer que vive de dolores,
y el bien que vence al mal.
Lleva mejor el sufrimiento al cielo
que la paz del Edén.
El dolor es más santo que el consuelo,
y más nuestro también.
¡A sufrir!, ¡a luchar!, ¡a la victoria!
¡Todo gran corazón,
con la sal del dolor, que sabe a gloria,
gana la salvación!
II
Ve el ángel de deseos saturado
el humano sentir;
compadece a Adán y Eva, y, humillado,
vuelve al cielo a subir.
La vida humana
Velas de amor en golfos de ternura
suelta mi pobre corazón al viento,
y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,
y espera, en lo que no halla, su ventura.
Viviendo en esta humana sepultura,
engañar el pesar es mi contento,
y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.
¡Ay! en la vida ruin que al loco embarga,
y que al cuerdo infeliz de horror consterna,
dulce en el nombre, en realidad amarga,
Sólo el dolor con el dolor alterna,
y si al contarla a días es muy larga,
midiéndola por horas es eterna.
La vuelta al hogar
I
Después de un viaje por mar,
volviendo hacia su alquería,
oye Juan con alegría
las campanas del lugar.
II
Llega, y maldice lo incierto
de las venturas humanas,
al saber que las campanas
tocan por su padre a muerto.
Las doloras
A doña Juana Barrera de Campos
¿Conque una buena dolora
me pides, Juana, tan llena
de candor?
Tal vez tu inocencia ignora
que será, si es la más buena,
la peor.
¿Te he de alabar, fementido,
desventuradas venturas
que gocé,
y amores que he aborrecido,
e inagotables ternuras
que agoté?
Perdona si en mis doloras
siempre mi pecho destila
la ansiedad
de unas sombras vengadoras
que asaltan mi no tranquila
soledad.
Jamás en ellas escrito
dejaré, imbécil o loco,
el error
de que el bien es infinito
ni que es eterno tampoco
el amor.
Bueno es que, aunque terrenales,
nuestras venturas amemos,
bienes de acá son mortales;
la dicha y el bien supremos
son de allá!
¡Qué inconsolables cuidados
da el ver desde la rendida
senectud,
los tesoros disipados
de la por siempre perdida
juventud!
¡Qué manantial más fecundo
de engañosas esperanzas
es amor!
¡Qué doctor es tan profundo
en útiles enseñanzas
el dolor!
¡Cuán ciego el amor, cuán ciego,
falta al deber más sagrado!
Y es de ver
cómo al amor faltan luego
los que primero han faltado
al deber.
¡Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
del amor!
Siento a fe que esta dolora
hiera, Juana, tu ternura,
mas ya ves
que toda la dicha de ahora
es siempre la desventura
de después.
Por eso, olvidado, quiero
ya sólo el eterno olvido
esperar;
aunque del mundo en que espero,
más siento el haber venido
que el marchar.
Hasta de mí, el pensamiento
hastiado y arrepentido
del vivir,
huye cual remordimiento
que del crimen cometido
quiere huir.
Aunque, de dolor ajenos,
la vida ven placentera
los demás,
si la despreciara menos,
yo acaso la aborreciera
mucho más.
Deja ya, corazón mío,
cuanto encuentras deleitable
sin saber
que al gozar mueres de hastío
galeote miserable
del placer.
¡La vida! ¡Cuán fácil fuera
sus más aciagos momentos
soportar,
si en el pecho se pudiera
algunos remordimientos
enterrar!
Mas ¡ay! Juana encantadora,
¡cuál de espanto retrocede
tu candor,
ni mirar que esta dolora,
si es buena, tampoco puede
ser peor!
Y es que derramo sincero
de mi dolor la medida
sin querer,
siempre que las aguas quiero
de mi soñolienta vida
remover.
Ya, cual todo, penitente
en el lodo derribado
por su cruz,
me agito impacientemente
por revolverme hacia el lado
de la luz.
Yo antes vivir anhelaba,
mas hoy morir sólo fuera
mi ilusión,
si estuviese como estaba
el día de mi primera
comunión.
¡Juana!, el respeto adoremos
que aun nos liga complaciente
al deber,
y los lazos desatemos
que habrá el tiempo tristemente
de romper.
¿A qué esperar a mañana
en dejar esto, y de aquello
en huir,
si aunque tú lo sientas, Juana,
lo que no dejemos, ello
se ha de ir?
Al fin, de tu santo celo
las huellas de buena gana
sigo fiel.
Cuando va el perfume al cielo,
todo lo que siente, Juana,
va con él.
Ya en mi inútil existencia,
sólo el ímpetu modero
del dolor
con paciencia y más paciencia,
ese valor verdadero
del valor.
Y hoy que humilde, si antes tierno,
sus culpas el alma mía
va a expiar,
¡perdóname, Dios eterno!,
¡entonces ¡ay! no sabía
sino amar!
Ya en nada inmutable creo
más que en Dios Omnipotente,
y también
en que engaña mi deseo
por llevarme más clemente
hacia el bien.
¡Sí!, me lleva al bien cumplido,
que busco cual nunca fuerte,
pues ya sé
que, aunque todo me ha vencido,
hoy venceré hasta la muerte
con la fe.
Y adiós, Juana, que extasiado,
del supremo bien que anhelo
voy en pos.
¿Quién será el desventurado
que sólo mirando al cielo
no halle a Dios?...
Las dos copas
I
Le dijo a Rosa un doctor:
-Se curan de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral.
Yo, aunque el método condene,
lo dulce en lo amargo escondo:
esta copa es la que tiene
dulce el borde, amargo el fondo.
Dios, sin duda, así lo quiso,
y esto siempre ha sido y es:
tomar lo amargo es preciso,
bien antes o bien después-.
II
Rosa luego, de ansía llena,
dice en su amoroso afán:
-Mezclados cual dicha y pena
lo dulce y lo amargo van.
Merced a doctor tan sabio,
ve, aunque tarde, mi razón,
que aquello que es dulce al labio
es amargo al corazón.
Yo, que ésta el postrer retoño
agosté en mi edad primera,
brotar no veré en mi otoño
flores de mi primavera.
Fui dejando, por mejor
lo amargo para el final,
y esto, según el doctor,
sabe bien, mas sienta mal.
Cumpliré una vez su encargo:
tú, copa segunda, ven,
pues tomar antes lo amargo,
si sabe mal, sienta bien.
¡Oh, cuán sabio, es el doctor
que cura de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral!
Los celos
Ya a traición, ya a traición en el costado
me hiciste, infame, la mortal herida,
y subo este calvario de la vida
el corazón de espinas coronado.
Nombre maldito a un tiempo y nombre amado,
¡quién pudiera no amarte maldecida!
¡Dichoso aquel que indiferente olvida,
y puede perdonar y es perdonado!
¡Vil homicida del amor más tierno,
que lleves quiera Dios siempre contigo
después de un grande amor, un odio eterno;
Y mueras inconfesa, y por castigo,
odiándome y odiada, en el infierno
adonde iré por ti, vivas conmigo!
Los dos espejos
En el cristal de un espejo
a los cuarenta me vi,
y hallándome feo y viejo,
de rabia el cristal rompí.
Del alma en la transparencia
mi rostro, entonces miré,
y tal me vi en la conciencia.
Y es que, en perdiendo el mortal
la fe, juventud y amor,
se mira al espejo, y... ¡mal!
se ve en el alma, y... ¡peor!
Los padres y los hijos
Un enjambre de pájaros metidos
en jaula de metal guardó un cabrero,
y a cuidarlos voló desde el otero
la pareja de padres afligidos.
- Si aquí, dijo el pastor, vienen unidos
sus hijos a cuidar con tanto esmero,
ver cómo cuidan a los padres quiero
los hijos por amor y agradecidos.-
Deja entre redes la pareja envuelta,
la puerta abre el pastor del duro alambre,
cierra a los padres y a los hijos suelta.
Huyó de los hijuelos el enjambre,
y como en vano se esperó su vuelta,
mató a los padres el dolor y el hambre.
Moras y cristianas
I
Y entramos en Tetuán, en donde un moro
pagándole un favor con su ventura,
le dio una esclava a Juan, que era un tesoro
de gracia, de humildad y de hermosura.
II
Elevada la esclava a compañera,
se hizo altiva y hostil desde aquel día,
y fue dueña del dueño de manera
que con Juan se portó como una arpía.
III
Y es que Juan la elevó, porque ignoraba
que más de una mujer, como la mora,
es un ser celestial cuando es esclava
y una loca de atar cuando es señora.
Poetas y filósofos
A Mariano Ordóñez, mi muy querido amigo
I
Habla el poeta: «¡Oh vida encantadora!
Ved qué cosas tan bellas:
luz de sol, luz de luna, luz de aurora,
flores, mujeres, pájaros y estrellas».
II
Y el filósofo dice: «¡Oh triste vida,
gozo en aborrecerte,
pues me ofreces los males sin medida:
hastío, enfermedad, vejez y muerte!»
Rosas y fresas
I
Porque lleno de amor te mandé un día
una rosa entre fresas. Juana mía,
tu boca, con que a todos embelesas,
besó la rosa sin comer las fresas.
II
Al mes de tu pasión, una mañana
te envié otra rosa entre las fresas, Juana;
mas tu boca, con ansia, y no amorosa,
comió las fresas sin besar la rosa.
Saber y no saber
I
Cuando con ansia de saber medito,
mido con arrogancia,
como si fuese un sueño, la distancia
que media entre nada y lo infinito.
Mas mi razón, cual todas, limitada,
nunca ve claramente,
eso que hay de común entre la mente,
lo infinito, los sueños y la nada.
II
Saber y no saber, todo es lo mismo,
porque el fin de la ciencia es el abismo.
Soneto
De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.
Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.
En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.
Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor, mueres de frío. |