Michel Nostradamus
Las profecías de Nostradamus
Introducción
«Aquí descansan los restos mortales del ilustrísimo Michel Nostradamus, el único
hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi divina,
bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo.»
Quien dictó estas breves líneas para que fueran grabadas en la grisácea piedra
de una tumba pretendió encerrar en ellas toda la esencia de una vida que se
consumió, de forma desacostumbrada, entre la realidad y el mito, entre la fe en
Dios y la hechicería, entre lo consciente y lo inconsciente.
Nostradamus fue médico y vidente, astrólogo y filósofo, matemático y alquimista.
Este personaje ha sido objeto de estudio, de análisis y de una ininterrumpida
búsqueda por parte de cuantos se han esforzado en descubrir su auténtica
personalidad y sobre todo el secreto, mucho más apasionante, que se encierra en
sus famosas profecías.
En honor a la verdad, la crítica racionalista niega la existencia de cualquier
«secreto de Nostradamus», reduciendo su obra de clarividente a un mero producto
de la alucinada imaginación de un loco, a una explosión de imágenes, fruto de
una alquimia del pensamiento que puede cautivar, pero que no puede satisfacer
razonable mente a quienes la examinen.
Sin embargo, no se puede liquidar con una interpretación tan simplista al autor
de las famosas Centurias; no se pueden despachar tan sencilla y cómodamente los
22 libros de las versiones proféticas de Michel de Nostredame, más conocido por
el nombre latino que él mismo se había dado: Nostradamus.
Aun que todo el mundo haya oído hablar de él y su nombre se cite con frecuencia,
¿cuantos habrán leído, siquiera por encima, su extraordinario conjunto de
profecías? Un número muy reducido, sin que ello deba sorprender lo más mínimo.
Si los textos de Nostradamus pudieran ser interpretados de forma inmediata y
precisa; si sus profecías en lugar de encubrirse en un lenguaje enigmático
estuviesen al alcance de todo el mundo, su obra sería el best-seller más grande
de todos los tiempos. ¿Quién de nosotros renunciaría a satisfacer la curiosidad
de conocer su porvenir? ¿Quién prefiere ignorar lo que el destino reserva a los
hombres?
El empleo de un lenguaje esotérico en sus escritos se justifica porque, en el
terreno de la profecía más que en cualquier otro campo, las verdades no son
siempre agradables para quien las dice, ni halagadoras para quienes las
escuchan.
Un elemental imperativo de humanidad exige que, en este sondear el destino del
mundo, se actúe con prudencia y caridad, puesto que no deja de ser un bien, en
la gran mayoría de los casos, que el significado preciso de una revelación
profética no sea comprendido hasta que el acontecimiento predicho se haya
cumplido. ¿Cómo actuaríamos con libertad si conociéramos ya nuestro futuro? De
ahí la necesidad de emplear un lenguaje sibilino rico en neologismos creados por
el autor, valiéndose de raíces latinas, griegas, españolas, celtas o
provenzales. La obra se presenta como la yuxtaposición de expresiones herméticas
para no condicionarnos en nuestro quehacer diario ante la perspectiva del
futuro.
Nostradamus subraya la necesidad de tal hermetismo en una carta dirigida al rey
de Francia Enrique II: «para conservar el secreto de estos acontecimientos,
conviene emplear frases y palabras enigmáticas en sí mismas, aunque cada una
responda a un significado concreto».
En otro escrito suyo, después de precisar que las revelaciones contenidas en sus
profecías le fueron comunicadas «en el curso de continuas vigilias nocturnas»,
insiste sobre el origen cósmico y divino de sus visiones, «visiones que Dios me
ha dado a conocer a través de una revolución cósmica».
Nostradamus se funda en uno de los postulados principales de la antigua doctrina
astrológica, según la cual, todos los acontecimientos y fenómenos terrestres y,
por tanto, la historia de la humanidad, están en relación con los movimientos
cíclicos de los astros: «todo está regido y gobernado por el inestimable poder
de Dios que se manifiesta no en medio de furores báquicos, sino en las
relaciones astrológicas».
Ante todo queremos dejar constancia de que no aceptaremos la tesis simplista
sobre la obra de Nostradamus, que dice que solo se trata de acontecimientos
fácilmente previsibles en el contexto histórico de Francia, pues guerras,
conflictos y cataclismos se repiten en la historia de cualquier nación.
Nostradamus, vidente del siglo XVI, predijo hechos muy precisos, como será fácil
comprobar más adelante, por ejemplo, la trágica muerte del rey Enrique II; la
desatinada huida de Luis XVI a Varennes, origen de la gran tragedia del rey; y
el nacimiento de Napoleón I (cfr. respectivamente Centurias I, 35; IX, 20; I,
60). Con idéntica precisión, supo describir importantes acontecimientos que
forman parte de nuestra historia actual: predicciones de hechos que muchos de
entre nosotros han visto realizarse desde el comienzo del presente siglo y que
no pueden ser desmentidos o ser considerados fruto de la simple imaginación.
Nostradamus, este gran explorador de lo ignoto humano ¿merece o no ser contado
entre los grandes sabios que desde los profetas bíblicos hasta nuestros días han
escrito, con letras de fuego, la historia de los hombres?.
La respuesta a tal interrogante podrá darla cada uno de nosotros después de
haber leído con suma atención sus profecías. Incluso el más escéptico de los
lectores tendrá que admitir que el singular documento literario que Nostradamus
nos legó abre un abismo de hipótesis como ningún otro libro lo hiciera en el
curso de los siglos.
No es intención de este libro hacer un estudio pormenorizado de las profecías de
Nostradamus sino dar una visión global del método de interpretación de las
Centurias para ofrecer al lector la posibilidad de interpretar, por sí mismo,
los hechos futuros que predijo tan ilustre vidente.
Nostradamus
erudición y videncia
Su vida según Jean Aimes
de Chavigny de Beaune
Michel de Nostradamus, el vidente más renombrado y famoso de cuantos han sabido
interpretar los astros, nació en Saint-Rémy -de-Provence, sur de Francia, el año
de gracia de 1503, un jueves 14 de diciembre, hacia el medio día. Su padre fue
Jaime de Nostredame, notario de aquel lugar; su madre fue Renée de Saint-Rémy,
sus abuelos paternos y maternos eran profundos conocedores de las ciencias
matemáticas y de la medicina. Como médicos habían vivido el uno en la Corte de
René que, además de Conde de Provenza, era Rey de Jerusalén y de Sicilia; y el
otro, en la Corte de Juan, Duque de Calabria e hijo del antedicho René.
Es necesario demostrar la inexactitud de ciertas versiones sobre los orígenes
del gran vidente, formuladas por envidiosos de su celebridad o por quienes
desconocen la realidad.
La familia de Nostradamus, según algunos, era de origen judío, de la tribu de
Isacar, convertidos al cristianismo. Y de ahí que atestigüe nuestro autor haber
recibido directamente de sus abuelos el conocimiento de las ciencias
matemáticas; y en el prólogo de sus Centurias él mismo afirma que ellos le
transmitieron el don de predecir el futuro.
Después de la muerte de su bisabuelo materno, que le había infundido, casi como
juego, el gusto por las ciencias de los astros, Nostradamus fue enviado a Aviñón
para cursar letras y formarse en humanidades. Desde Aviñón el joven estudiante
pasó a Montpellier, donde frecuentó la célebre universidad estudiando en sus
aulas medicina, hasta que una grave pestilencia, declarada en las regiones de
Narbona, Tolosa y Burdeos, le dio ocasión de poner al servicio de los apestados
el fruto de cuanto había aprendido durante sus estudios. Tenía entonces 22 años.
Después de haber ejercido la medicina durante cuatro años en aquellas regiones,
le pareció oportuno volver a Montpellier para conseguir el título de doctor, que
obtuvo al poco tiempo con la admiración y el aplauso de todos.
Pasando por Tolosa, llegó a Agen, ciudad situada a orillas del Garona, donde
Julio César Scaliger le retuvo junto a sí. Era este hombre un personaje muy
erudito y un verdadero mecenas. Nostradamus tuvo con él una extraordinaria
amistad que más tarde se tornó en oposición, discordia y divergencia, como suele
suceder entre hombres sabios, según atestiguan muchos escritos.
En ese período se casó con una joven de la alta sociedad, de la que tuvo dos
hijos, un niño y una niña.
Murieron los tres y Nostradamus tomó la decisión de instalarse definitivamente
en Provenza, su tierra natal. De vuelta a Marsella, se instaló en Aix-en-Provence,
parlamento de la región, donde ejerció durante tres años un cargo público
ciudadano. Fue entonces, en 1546, cuando la peste azotó terriblemente aquella
zona, según describe el señor de Launay en su Teatro del mundo sirviéndose de
los relatos que le fueron hechos por el propio vidente. Estos hechos han sido
confirmados por la investigación histórica de aquella época.
Desde Aix-en-Provence llegó a Salonde-Crau, pequeña ciudad que dista de Aix una
jornada de camino hasta Aviñón y media jornada hasta Marsella. Contrajo segundas
nupcias; y fue aquí, en este lugar, donde, previendo los grandes cambios y las
trágicas convulsiones que perturbaron luego y revolvieron a toda Europa, las
sangrientas luchas civiles y los desgraciados acontecimientos que iban a
precipitarse sobre Francia, comenzó, lleno de una exaltada inspiración e
invadido de un frenesí irresistible, la redacción de las Centurias.
Centurias y presagios que él guardó por mucho tiempo en secreto, cre yendo que
la naturaleza insólita del argumento le acarrearía calumnias, envidias y ataques
muy ofensivos, tal como luego sucedió.
Vencido, al fin, por el deseo de que los hombres sacasen algún provecho de sus
predicciones, las dio conocer. El rumor que suscitaron inmediatamente fue grande
y corrió su fama de boca en boca, no sólo entre nosotros, sino también entre los
extranjeros que sintieron por el vidente y por su obra una extraordinaria
admiración. Esta fama impresionó tanto al poderoso Enrique II, Rey de Francia,
que éste, en el año de gracia de 1556, mandó llamar al vidente a la Corte.
Después de que revelara un cierto número de acontecimientos importantes que
habían de suceder, recibió numerosos presentes y se volvió a su Provenza natal.
Algunos años más tarde, concretamente en 1564, visitando Carlos IX las
provincias y habiendo concedido la paz a las ciudades que contra él se habían
rebelado, vino a Salon y no quiso dejar de visitar al profeta e insigne héroe,
mostrándose para con él tan generoso, que lo honró con el cargo de consejero y
le nombró médico suyo en la Corte.
Resultaría una tarea excesivamente prolija escribir todo cuanto él predijo, ya
en general, ya en particular, y sería superfluo dar el nombre de todos los
grandes señores, de los insignes sabios y otros muchos que vinieron de toda la
región y de toda Francia para consultarle como oráculo. Lo que San Jerónimo
decía de Tito Livio yo puedo decirlo del gran vidente: cuantos venían a Francia
desde fuera no se proponían otro objetivo que ir a visitarle.
Cuando vino a verle Carlos IX, Nostradamus, que había sobrepasado los 60 años,
estaba muy envejecido y se hallaba gravemente debilitado por las dolencias que
le atormentaban desde hacía mucho tiempo, especialmente una artritis y la gota
minaban constantemente su salud. Murió el día 2 de julio del año 1566, poco
antes de salir el sol, después de una crisis que le duró ocho días y que le
causó un acceso de hidropesía consecutivo a un ataque agudo de artritis.
Conoció anticipadamente el día de su tránsito y la hora exacta pues él había
escrito, de su puño y letra, en las Efemérides de Jean Stadius, estas palabras
en latín: Hic prope morn est, es decir: «Mi muerte está próxima».
Sobre su sepulcro se esculpieron las palabras de un epitafio, compuesto a
imitación del de Tito Livio, historiador romano; epitafio que hoy puede todavía
verse en la Iglesia de los Cordeleros de Salon, en la que, con grandes honores,
fue enterrado el cuerpo de Nostradamus. La inscripción está en latín; traducida
dice lo siguiente:
«Aquí descansan los restos mortales del ilustrísimo Michel de Nostradamus, el
único hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi
divina, bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo.»
Murió en Salon-de-Crau, en Provenza, el 2 de julio del año de gracia de 1566, a
la edad de sesenta y dos años, seis meses y diecisiete días.
Fulgurante carrera de médico
La familia Nostradamus, estaba firme mente vinculada a Provenza y sus
descendientes, en vez de circuncidarse, como judíos, habían sido bautizados, lo
cual les había permitido adquirir bastantes derechos; sus hijos, por tanto,
habían podido dejar las modestas ocupaciones anejas a la artesanía y a la
práctica del pequeño comercio y dedicarse por completo al cultivo de las artes
liberales. En la familia Nostradamus la medicina constituía una tradición que se
transmitía ininterrumpidamente de padres a hijos: el padre de Jaime, Pierre de
Nostredame, había sido médico en Arlés, y sólo la envidia de los drogueros y
boticarios de aquella ciudad le había obligado a buscar refugio y ayuda fuera de
ella, entre los poderosos. Aquéllos, efectivamente, no habían podido tolerar que
Pierre curase a sus propios pacientes con remedios y medicamentos que él mismo
preparaba; y no dudaron, por consiguiente, en denunciarle como falsificador y
contraveniente de su oficio. Destituido de sus funciones de médico ciudadano,
Pierre entro primero al servicio del Duque de Calabria, y luego del rey René
d’Anjou, que más tarde le nombró médico personal suyo. El venerable y ya anciano
sabio, versado en la ciencia de Esculapio y en aquella otra que deduce de los
astros la interpretación de los sucesos del mundo, gozó siempre de la máxima
confianza del Rey. Fue natural que, cuando el joven Michel tuvo la edad
suficiente para escoger su futura profesión, se inclinase por el estudio de la
medicina.
En aquel entonces, para quien vivía en Provenza, Aviñón representaba la ciudad
por excelencia, era como la me ca donde convergían, de todos los rincones de la
provincia, cuantos aspiraban a ser alguien, o cuantos deseaban evadirse de la
dura brega del campo y hallar en la gran ciudad las comodidades de la vida
fácil. Majestuosamente ceñida por sus altas y torneadas murallas, con el Ródano
que las acariciaba dulcemente deslizándose bajo sus magníficos puentes, Aviñón
era una ciudad donde alternaban palacios suntuosos y callejones de mal olor,
señoriales calles por donde paseaban elegantes carrozas y pobres tuguriones en
los que se hacinaba una humanidad sin rostro.
A quienes procedían de una tranquila ciudad provinciana les parecía muy
atractivo poder mezclarse con la inmensa muchedumbre que llenaba calles y plazas
hasta estrujarse; en cuanto a diversiones y tentaciones, habían proliferado
desde el momento en que un nutrido grupo de aventureros y hampones se habían
aposentado como en su propia casa, dentro por el libertinaje que reinaba en sus
muros.
Nostradamus llegó, pues, a Aviñón y empezó sus estudios con seriedad y
tenacidad. El estudio constituía para él una verdadera vocación y aun cuando su
edad, porque era todavía muy joven, lo hiciese vulnerable a las seducciones de
una vida desordenada y licenciosa, demostró desde el principio una clara
tendencia y un verdadero amor a cuanto era introspección y búsqueda de la
verdad, ajeno a cualquier tipo de ambición personal.
En la ciudad de los Papas, el joven Michel alternaba su tiempo ocupado en dos
actividades principales: los deberes escolásticos y la observación del
firmamento estrellado que, desde siempre, había ejercido en él una
extraordinaria fascinación. La matemática, la astronomía y la astrología le eran
materias muy conocidas, hasta tal punto familiares que podía discutir con
profundo conocimiento y perfecta competencia ante cualquier auditorio, que
siempre quedaba cautivado.
A este primer período de estudio en Aviñón siguió el segundo en Montpellier, a
donde se trasladó Michel para seguir en su universidad los cursos de medicina.
En el siglo XVI, Montpellier gozaba de extraordinario renombre gracias a su
facultad de medicina,
conocida dentro y fuera de los confines de Francia: era lógico, pues, que
Nostradamus frecuentase aquella universidad y prolongase allí su estancia hasta
conseguir su doctorado.
Para ello necesitó tres años que aprovechó con extraordinaria aplicación;
durante los cuales se hizo dueño y señor de los secretos del cuerpo humano, como
más tarde se hizo conocedor de los del espíritu. La Naturaleza ejercía sobre él
auténtica fascinación; y así no se conformó con ser médico, sino que decidió
profundizar sus propios conocimientos en el campo de la herboristería y de los
remedios que de las hierbas y de las plantas pudieran obtenerse.
Empezó entonces a recorrer todo el país de comarca en comarca para estudiar su
flora, deteniéndose, cuando le parecía poder sacar de ello algún provecho, con
quienes podían informarle sobre recetas y pociones. No olvidemos sobre el
particular que, en aquel tiempo, mediana y herboristería iban de consuno y
representaban el único remedio del que disponían entonces los hombres para
oponerse a los traidores ataques de la enfermedad que se manifestaba de mil
modos distintos.
En la Edad Media y durante el Renacimiento, Europa fue devastada en varias
ocasiones por la este: «la bestia selvática», como la definió el médico Galeno.
En el correr de cuatro siglos desencadenó unos treinta y dos ataques contra
nuestro continente, entre los que se cuenta el tristemente famoso de la «peste
negra», que duró dieciséis largos años (1334-1350) y que exterminó 25 millones
de europeos, es decir, una cuarta parte de la población total del continente.
Lo mismo que los demás doctores, también actuaba Nostradamus entre la enfurecida
peste; pero, a diferencia de sus colegas, prestaba eficacísima ayuda a los
desventurados que se debatían entre las garras del terrible morbo. Había en
nuestro doctor un algo de taumatúrgico que hacía que, a su paso, se obrase el
prodigio de la salud. Él mismo nos ha dejado escritas unas palabras relativas al
modo como curaba el mal, en un tratado suyo titulado Excelente y óptimo
opúsculo, necesario para quienes deseen conocer varias eficaces recetas.
No es posible hoy, a tantos años de distancia, saber si su medicamento produjo
efectos tan maravillosos como para considerar a Nostradamus vencedor del
terrible azote; pero sí es cierto e incontestable este hecho: Nostradamus tuvo
fama de excelente médico, no sólo por la extraordinaria erudición de su ciencia,
sino también por el espíritu misionero con que la ejercía. Los africanos, que
durante tantos lustros acudieron a Lambaréné, donde el gran doctor blanco Albert
Schweitzer Obra ba tan admirables portentos de curaciones físicas y de amor,
estarían tal vez en mejores condiciones que nosotros mismos para entender el
gran prodigio realizado por el vidente. Sus compatriotas supieron mostrarle su
gratitud, bien merecida por cierto: a su paso, la gente se echaba a sus pies y
bendecía su nombre; y esta fama de bienhechor y de salvador le precedía y le
acompañaba por toda la Provenza. Cuando terminó la terrible plaga, cansada ya de
segar miles y miles de vidas humanas, Nostradamus fue honrado con el público
reconocimiento y colmado de honores por quienes, gracias al insigne doctor, se
habían salvado.
Pero ni el oro, ni las riquezas, ni la fama podían hacer mella en su ánimo
totalmente entregado a la búsqueda de la verdad y a la investigación del
misterioso arcano de la vida. Transcurrido, pues, algún tiempo, volvió a su
retiro, estableciéndose entonces en la ciudad de Aix.
Allí reanudó su labor de médico y, al mismo tiempo, volvió a ocuparse de la
herboristería, de la cosmética y de los bálsamos, a preparar jarabes y
confituras, esencias y extractos que le aseguraron la imperecedera gratitud de
cuantos los utilizaron. La vida se deslizaba tranquila y serenamente y un buen
día el doctor Nostradamus tomó por esposa a una joven doncella. Su casa pudo
regocijarse pronto con el nacimiento de dos hijos que vinieron al mundo, uno
tras otro en el espacio de pocos meses. Entonces el fuego de la presciencia, el
anhelo de escudriñar los secretos de la vida y de la muerte parecían en él
decisivamente adormecidos. Las enseñanzas que desde su más tierna infancia le
habían transmitido los ancianos de su familia, su capacidad de escrutar el
firmamento estelar, con aquella agudísima vista de quien sabe interpretar el
camino de los astros y prever, por su curso, los futuros acontecimientos del
mundo, parecían en aquel entonces momentos lejanos de otra persona.
Una respetabilísima profesión, un vivo amor por el prójimo, una familia que
completaba su existencia, parecían un baluarte suficientemente sólido para
impedir a su «yo» que reanudase la ruta de las estrellas. Pero nada puede
detener ciertas predestinaciones que marcan al hombre. Oponerse al destino es
imposible, porque equivaldría a torcer el curso de los astros o a detener la
impetuosa corriente de los ríos.
Así le ocurrió a Nostradamus que, sin darse cuenta de ello y sin proponérselo,
se vio empujado por los acontecimientos a reanudar el camino de las
predicciones. De pronto, su vida sufrió un cambio sustancial: la muerte llamó a
su puerta y le arrebató de golpe a toda su familia, que tan afectuosamente le
rodeaba. Cómo y por qué ocurrió esta grave desgracia, nadie ha podido hasta
ahora averiguarlo. Pero sabemos que la vida de Nostradamus dio un vuelco
definitivo y éste se entregó, desde entonces, a una actividad completamente
distinta.
Dejó la ciudad de Aix, que despertaba en su ánimo recuerdos demasiado dolorosos,
y se estableció en Salon, alojándose en una casa construida en una plaza
tranquila. Aunque seguía ejerciendo su profesión de médico, pasaba mucho tiempo
en una especie de extraña contemplación que a veces provocaba ciertas dudas
sobre sus facultades mentales. Si no hubiera sido por la fama de excelente
médico que le aureolaba, sus ciudadanos habrían creído que sus potencias y
facultades, tan extraordinariamente desarrolladas en él, habían disminuido
peligrosamente e, incluso, que se habían alterado. Pero, por el contrario, su
reputación de astrólogo y de vidente empezó a crecer de día en día y le situaba
en un plano muy diverso ante la gente que tenía contacto con él.
El mago de Salon
La vida del doctor Nostradamus transcurría tranquila, libre de cualquier
desorden. Día tras día visitaba a sus enfermos y les ofrecía el consuelo de su
taumatúrgica sabiduría que, al parecer, podía realizar cualquier clase de milagros.
La gente de Salon se había acostumbrado a verle pasar por calles y plazas
cubierto con su larga capa negra agitada por el viento.
Con la mayor estima y respeto, no dudaban en detenerle pare consultarle los más
diversos problemas. Tal era realmente su fama que todos le tenían por un gran
sabio en el más completo sentido de la palabra; y así cualquier asunto que se
desease aclarar, cualquier problema que preocupase, le era expuesto
inmediatamente para escuchar sus sabios consejos. Él tenía la respuesta más
exacta y el remedio más apropiado para todos los males.
A partir del año 1555 Nostradamus empezó a escribir sus propios vaticinios en
forma de cuartetas; y puesto que cada libro contenía exactamente cien de estas
breves combinaciones métricas de cuatro versos, los llamó Centurias.
Tan extendido estaba en aquella época el arte de la magia que a nadie
atemorizaba la lectura del futuro. Pululaban por pueblos y ciudades un sinfín de
hábiles vaticinadores de la suerte que hallaban, con suma facilidad, un público
dispuesto a escucharles y que les entregaba, como recompensa, alguna moneda de
oro o de plata, con tal de que se les anunciase sucesos favorables y les
tranquilizara ante las densas sombras del futuro.
El doctor Nostradamus no pertenecía a esta abominable ralea de falseadores
charlatanes ni sacaba provecho alguno de sus predicciones. La luz divina se
encendía en él y penetraba en los misterios del futuro; no era, pues, fruto de
improvisadas charlatanerías.
Completamente solo, en el silencio de la noche, Nostradamus se acomodaba en el
sillón, rodeado de los instrumentos que utilizaba y de los textos en los que
bebía su misteriosa ciencia astronómica.
Se extendía, ante sus penetrantes ojos, la bóveda celeste que él contemplaba a
través de la ventana: aquel firmamento estrellado tenía para él pocos secretos y
en aquellos innumerables cuerpos celestes leía como en un inmenso libro abierto.
Mas no siempre es agradable este privilegio porque ocurre, algunas veces, que
aquello que está escrito en las misteriosas páginas de los astros no corresponda
a los deseos y a los intereses de quienes tienen la llave para interpretar sus
signos. De esta forma, Nostradamus leyó en la bóveda celeste un futuro doloroso
para sí y para sus seres más queridos: la esposa y sus dos hijos serían pronto
presas de la muerte y envueltos en las frías tinieblas de la tumba.
Y cuando se cumplió puntualmente aquel trágico vaticinio, Nostradamus,
impotente, se vio obligado a aceptar la decisión de un destino que se le había
dado a conocer, pero en el que no podía intervenir para detenerlo.
Entonces su vida se vio bruscamente trastornada y el sabio tuvo que pagar un
duro y penoso tributo a la notoria fama de su nombre. Las crónicas de su vida
nos dicen que viajó durante mucho tiempo por lejanos países.
En el año 1556, poco después de la primera edición de las siete primeras
Centurias, Nostradamus se trasladó a Italia, y en Roma fue recibido por el Santo
Padre. Durante este viaje se detuvo algún tiempo en Turín.
Después de sus viajes por el extranjero Nostradamus se instaló de nuevo en Salon
y reanudó su vida de siempre; sin embargo, su fama había crecido hasta tal punto
que príncipes y reyes, ricos y poderosos, acudían a él para interrogarle sobre
los acontecimientos futuros.
Transcurrieron los años y las profecías de Nostradamus se cumplieron con
inexorable puntualidad: la conjura de Amboise, el levantamiento de Lyon y la
muerte de Francisco I son otros acontecimientos vaticinados por el sabio
vidente.
En el decurso de los años Nostradamus salió con menos frecuencia de Salon, ya
que su quebrantada salud no le permitía fatigosos desplazamientos. Por esta
razón, quienes deseaban consultarle sobre algún tema acudían a él, en Provenza.
El 17 de octubre de 1564, llegó a las puertas de la ciudad donde vivía el mago
un lujoso cortejo; cuando los prohombres salieron para presentar su homenaje a
los ilustres visitantes, les salió al encuentro el propio rey Carlos IX en
persona, que venía a consultar al eminente doctor.
Nostradamus murió cristianamente tal como había vivido durante toda su vida.
Hechos históricos predichos y realizados
En su obra profética, conocida por todo el mundo con el nombre de Centurias,
Nostradamus quiso recoger los acontecimientos relacionados con el futuro de la
Humanidad, desde los días en que él empezó a escribir hasta el fin de los
tiempos.
Qué son las Centurias puede decirse en pocas palabras. Así como un libro está
dividido en capítulos y un poema en cantos, de la misma manera las profecías del
vidente de Salon están divididas en Centurias, cada una de las cuales contiene
un número variable de cuartetas (originariamente habían de ser cien por
Centuria) en las que se da siempre una rima, forzada algunas veces, y en las
que, en la mayor parte de los casos, no puede decirse que haya un nexo lógico de
tiempo y de lugar y, sobre todo, una claridad de interpretación que las haga
fácilmente inteligibles y nos dé a conocer exactamente el tiempo en que se
realizarán los acontecimientos vaticinados.
Se dice hoy que son doce las Centurias, pero sólo las diez primeras son, sin
lugar a dudas, de Nostradamus. La primera edición de estas diez Centurias vio la
luz en 1555, por obra de un editor de Lyon. Después, las sucesivas ediciones que
han aparecido en diversas épocas han presentado, añadidas a las diez Centurias,
un cierto número de nuevas cuartetas proféticas y, concretamente, cuatro
cuartetas añadidas
a la Centuria VII, seis a la Centuria VIII y una a la Centuria X. Sólo dos
cuartetas han formado la Centuria XI y once la Centuria XII.
No se sabe con certeza cuál es el origen de estas cuartetas, posteriormente
insertas en la obra profética del mago de Salon.
En esta cuestión, sólo podemos aventurar hipótesis. Así, algunos investigadores
afirman que, al morir Nostradamus, se hallaron entre sus papeles un cierto
número de profecías, escritas ciertamente por él y que, por tanto, podrán
añadirse a las suyas propias. Otros, por el contrario, las han atribuido a
quienes nada tenían que ver con el vidente y las consideran, por consiguiente,
apócrifas.
Pero volvamos a los versos con los que comienza el fascinante y cautivador
misterio de las predicciones. La imagen por ellos evocada es altamente
sugestiva, y resulta fácil reconstruir, a través de las palabras empleadas por
el profeta, la atmósfera tan separada del mundo en la que nuestro mago ejercía
su facultad adivinatoria.
En el tranquilo refugio de su morada, donde se agolpaban durante el día ilustres
o modestos visitantes que acudían para consultar a Nostradamus en su doble
calidad de médico y de profeta, solía él encerrarse a altas horas de la noche en
su propio estudio.
Según hemos podido averiguar, era una pieza amplia y separada de las demás
estancias de la casa, que le servía tanto de retiro como de laboratorio. El
sabio guardaba aquí, con preciado cuidado, libros y manuscritos valiosos y
curiosos objetos relacionados con sus exploraciones astrológicas, plantas y
hierbas útiles para su labor de médico: retortas, alambiques, vasos de cristal
en los que destilaba preparados a infusiones destinados a sanar el cuerpo y a
darle, independientemente de la edad, la fuerza y el vigor; astrolabios y
espejos mágicos que el sabio utilizaba para explorar el porvenir, habitualmente
impenetrable para el común de los mortales. Preciosos talismanes, medallas,
sellos y sagrados amuletos constituían para él otros tantos instrumentos de
poder sobre la misteriosa fuerza de lo ultrasensible.
En las claras noches estrelladas en las que el firmamento de los astros parecía
un inmenso y maravilloso libro abierto de par en par ante los hombres, mientras
el silencio envolvía misteriosamente todo -cosas y personas-, Nostradamus se
acomodaba en un asiento de cobre (o de bronce) y, después de haber cumplido los
ritos sagrados que exigían el uso de una banqueta mágica (la varilla que el
vidente menciona en la cuarteta) y algunas ceremonias de purificación, veía
materializarse ante sus ojos, y bajo la forma de una exigua llamita, la
evocación iluminadora, gracias a la cual el Señor Dios suscitaba en él la visión
profética de los acontecimientos.
La minúscula llama danzaba en la oscuridad y brillaba con el resplandor del agua
lustral, recogida en un barreño de cobre.
El reverbero de la llama atenazaba los ojos del profeta y su mente caía en un
estado de trance por el que no sólo descubría, en el fondo del futuro, un sinfín
de hechos y de sucesos lejanos, sino que percibía asimismo sonidos y voces como
si fuesen verdaderamente reales, hasta tal punto que los personajes,
protagonistas de los eventos que él preveía, se agitaban vivos ante él y
parecían no tener secretos para el gran vidente.
Y la voz de Dios, percibida por él con claridad, pero que parecía salir de los
amplios pliegues de su manto, le ilustraba los hechos que desfilaban ante sus
ojos y a los que él mismo, como invitado de honor, asistía, invadido siempre de
un cierto reverencial respeto y de un santo y tranquilo temor. Como sentía un
irreprimible deseo de legar a los demás un recuerdo perenne de lo que él había
conocido sobre el futuro, Nostradamus tomó nota de todo «modelando el borde y el
pie de lo que no se cree en vano», o dicho en otras palabras: encerrando en los
versos de sus proféticas cuartetas, lo que su mente había descubierto
escudriñando en el porvenir.
Las exiguas tirillas de papel en las que Nostradamus escribía sus herméticos
versos rimados, se amontonaban junto a él y abrían simas de interrogantes para
quienes, andando el tiempo, los examinarían con ojos puramente humanos.
Por desgracia para nosotros, muy pocas de las cuartetas que compuso el gran
vidente poseen la relativa claridad de las dos primeras con las que comienza la
obra; y de ahí la dificultad de la interpretación.
Fiel al convencimiento de que el porvenir no había de ser claramente desvelado a
la mayoría de los hombres y temeroso de que los tesoros de su profecía fuesen
despreciados y conculcados, como perlas echadas a los puercos, por quienes los
tomasen en sus manos, Nostradamus compuso una obra asequible sólo a un corto
número de iniciados.
Todo lo que de extraordinario y portentoso realizaba Nostradamus en los cuerpos
y en las almas de cuantos a él acudían, porque le consideraban un eminente sabio
y un gran profeta, lo atribuían sus envidiosos y denigrantes adversarios a
Satanás y a inspiraciones diabólicas; sus propios admiradores sentían un cierto
temor reverencial ante sus prodigiosas facultades. Que Nostradamus era un hombre
recto, honrado y apreciado y de extraordinaria caridad, nadie lo ponía en duda;
pero de dónde le provenía aquel notable poder que le distinguía de cualquier
otro ser humano, nadie, rico o pobre, sabio o ignorante, había atinado a
descifrarlo.
Según hemos podido observar, Nostradamus nunca dejó de ser hombre de su tiempo
y, por consiguiente, sabía muy bien que los severos censores ministros de la
Inquisición habrían podido averiguar fácilmente sus actos e interpretarlos
maliciosamente en caso de que los rumores y las veladas insinuaciones hubiesen
sido graves a insistentes o hubiesen hallado en sus escritos siquiera la más
leve sospecha o prueba de algo que consideraban punible.
Existían, además, otros motivos de justificación de su siempre extremada
prudencia: el primero y principal era el de aparecer profeta de terribles
desventuras. El hecho de predecir los sucesos más trágicos de historia de la
Humanidad con palabras fácilmente comprensibles habría levantado contra él toda
la opinión popular y se hubiese visto condenado al extrañamiento, a la cárcel o
a la muerte. Los profetas de desventuras, según nos enseña la Historia, nunca
han sido bien recibidos; y se sabe que la gente prefiere precipitarse en el
abismo, desconociendo a ignorando lo que les va a suceder, antes que conocer la
desgracia que les espera. Nostradamus sabía muy bien todo esto y así prefirió
ocultar sus profecías a la gran masa de los hombres, dejándolas voluntariamente
enigmáticas y nebulosas y confiando sólo en un reducido número de iniciados
capaces de comprenderlas y, llegado el caso, de explicarlas.
Esto explica el lenguaje hermético y oscuro al tratar del porvenir de Francia,
su querida Francia, y que no fuera tan impenetrable al hablar de otros pueblos y
naciones.
Para conseguir el oportuno grado de misterio, el escritor-profeta redactó sus
cuartetas no sólo en francés arcaico para aquella época, sino que también lo
mezcló con palabras alemanas, españolas, italianas, provenzales, y neologismos
que tomaba de raíces griegas y latinas, o anagramando los nombres más conocidos
de aquella época.
Así, Francia se transforma a veces en sus versos en Nercaf o Cerfan, París en
Rapis o Sipar; Henric se presenta con la grafía Chydren; Mazarin se cambia en
Nizaram y Lorrains toma la forma de Norlais. Con la grafía «Phi» indica el
nombre de Felipe; Estrage se convierte en Estrange, es decir extranjera, y de
signa con este nombre a la reina María Antonieta, esposa de Luis XVI, aunque él
transforma la palabra en Er gaste.
El estudio comparativo y atento de las muchas ediciones de las Centurias,
permite asegurar que algunas grafías de palabras, consideradas sucesivamente por
los comentaristas como errores del autor o del editor que las publicó, son, en
cambio, inexactitudes expresamente queridas por el autor para velar sus
profecías.
Es razonable que después de hablar con tanto encarecimiento de Nostradamus y de
sus excepcionales dotes de vidente, sintamos curiosidad y tengamos un vivísimo
deseo de poder «leer», a través de sus cuartetas, los eventos humanos que él
predijo.
En diversas épocas, insignes investigadores y oscuros comentaristas han
estudiado las Centurias, intentando esclarecer por todos los medios a su alcance
el sentido arcano de las frases contenidas en aquellos versos. En mu chos casos
los resultados han sido satisfactorios; en otros, por el contrario, si bien
costosos y estimables, a nada esclarecedor han conducido y las frases han
conservado su secreto intacto; sólo desaparecerá el enigma cuando un
acontecimiento histórico ofrezca a los estudiosos la clave que muestre su
mecanismo.
De entre sus profecías, la primera que maravilló extraordinariamente a sus
contemporáneos fue la que hizo Nostradamus refiriéndose a su propia muerte. La
vida terrenal del gran profeta se extinguió en Salon, el día 2 de julio de 1566,
un poco antes de la aurora, como consecuencia de un ataque de artritis y gota
que había degenerado en hidropesía.
Pero la profecía que le valió, por sí sola, fama y notoriedad mientras aún
vivía, fue la que consta en las Centurias y se refiere a Enrique II, Rey de
Francia y esposo de Catalina de Médicis, en la cuarteta treinta y cinco de la
Centuria I.
Esta cuarteta consigue dar, con viveza excepcional y concisión admirable, todos
los detalles de la muerte del Rey; no es de maravillar, pues, el asombro que
suscitó al aparecer públicamente este vaticinio.
A simple vista podría parecer incluso absurda, ya que un rey nunca se batía en
duelo; no obstante dio mucho que pensar a cuantos estaban junto a Enrique. Los
hechos ocurrieron de esta manera:
En junio de 1559 Enrique II se hallaba en París; se acababa de firmar el Tratado
de Chateau-Cambrésis que ponía fin a las discordias entre España y Francia. Por
él el soberano francés renunciaba a sus miras sobre Italia y restituía las
tierras del Duque de Saboya, a quien había concedido, además de consolidar su
situación política fuera de sus fronteras, la mano de su hermana Margarita. Y a
Felipe II, viudo de María Tudor, habíale prometido por esposa a su jovencísima
hija Isabel.
La Corte francesa festejaba aquellos esponsales y se había organizado, en
aquella ocasión, un brillante torneo en la plaza que se extendía ante el palacio
real, en aquel entonces palacio de los Torrejones (Tournelles).
El 30 de junio el Rey bajó al campo vestido con una magnífica armadura, con el
propósito de batirse en combate individual a caballo contra tres adversarios por
lo menos.
El primer caballero con quien compitió el Rey fue Manuel Filiberto de Saboya; el
segundo, el Duque de Guisa, y el tercero era Gabriel Montgomery, joven a
impetuoso combatiente, comandante de la guardia del Rey. Uno tras otro, los
asaltos se desarrollaron normalmente y las tres lanzas que el Rey había recibido
terminaron rotas en el polvo. Un sentimiento de alivio pareció llenar el corazón
de la multitud que había acudido a la plaza para presenciar el combate, y los
íntimos del Rey se dijeron que el peligro estaba ya superado. Se relajó con ello
la tensión, pero Enrique, no satisfecho con su triple victoria, no se alejaba
del circo, dando a entender con sus gestos que deseaba repetir el asalto con el
último de sus adversarios, el Conde de Montgomery, que antes había inferido al
Rey un golpe tan fiero que faltó poco para derribarle.
De nuevo en el campo, los caballeros se colocaron uno enfrente del otro,
preparados para una nueva lucha, en medio de un profundo silencio, roto
solamente por el furioso galopar de los cabellos. Calada la visera de la arma
dura y dirigida la lanza contra el adversario, cargaron impetuosamente el uno
contra el otro. En un abrir y cerrar de ojos se cruzaron las lanzas y la del
joven Montgomery, partida en pedazos por el certero golpe del Rey, voló, otra
vez, por los aires hasta el polvoriento suelo.
Nada trágico había ocurrido y de momento se pudo pensar que era fals a la negra
profecía, desmentida por la realidad. Sólo faltaba un detalle, un in
significante detalle: cumplir la regla que ordenaba que los dos caballeros,
echadas las armas, volviesen al punto de partida. Pero Montgomery, desarmado, no
dejó la esquirla o pedazo que sostenía aún en su mano, sino que, al contrario,
lo cogió con más fuerza y, al pasar junto al Soberano, con aquel tronco muñonero
fue a chocar contra la visera del Rey -la jaula de oro de la que había hablado
Nostradamus-, la levantó en parte y, habiendo hallado expedito el camino, fue a
clavarse en el ojo saliendo trágicamente por el oído.
Enrique permaneció inconsciente durante cuatro días, y al cabo de once murió en
medio de terribles dolores.
La profecía de Nostradamus se había cumplido punto por punto y el propio Rey
moribundo la recordó, añadiendo que nadie podía hurtarse a su propio destino.
Tras la muerte de su esposo, Catalina de Médicis vio realizada la segunda
profecía que Nostradamus le había hecho, cuando su hijo Francisco II ciñó la
corona de Rey de Francia.
El mago de Salon más de una vez había escrutado los abismos de las estrellas
para sondear el destino de los hijos de Catalina y responder a los insistentes
ruegos de la ambiciosa Reina.
Por lo que cuentan las crónicas de aquella época, la profecía que él hizo a
propósito del destino de los príncipes fue una de las más famosas sesiones
mágicas que recuerda la historia.
A altas horas de la noche, en el salón hexagonal de la torre del castillo de
Chaumont, el mago de Salon invocó la presencia del Ángel de la Muerte.
Acudió puntualmente el fatal personaje y rompió con su presencia los halos o
círculos que sucesivamente, por orden de edad, hicieron durante la célebre
sesión las sombras de los hijos de Catalina, ataviados con las insignias reales.
Cada halo correspondía a un año de reinado y la marcha espectral se interrumpía
en la fecha fijada por Anael, el Ángel de la Muerte.
El mago respondió a la Soberana (que le pedía cuentas de lo que él veía) que los
votos y deseos de ella serían absolutamente cumplidos, porque todos sus hijos
-sus tres hijos- ocuparían el trono de Francia.
Lo que él se calló fue este detalle: que los tres hermanos se sucederían en el
trono en un pequeño espacio de tiempo, relativamente breve, y ello porque una
temprana muerte los arrebataría en la flor de su edad, uno tras otro, como así
sucedió.
Transcurrido sólo un año de reinado, Francisco II murió después de una breve
dolencia, tal como había vaticinado el vidente en una de sus cuartetas. La Corte
experimentó un nuevo estremecimiento de horror y se difundió el pánico entre los
dignatarios que veían en el gran amigo de la Soberana un infalible vaticinador
de desventuras.
Carlos IX sucedió a su hermano Francisco en el trono de Francia; era aún un niño y
su madre fue regente hasta la mayoría de edad del Rey; pero habiendo muerto
también el segundo hijo de Catalina, tal vez de remordimiento por no haber
sabido oponerse a la terrible matanza de la noche de San Bartolomé, ocupó el
trono su hermano Enrique III, que volvió a la patria desde las lejanas tierras
de Polonia, donde había aceptado ceñir la corona de Segismundo.
Pero murió también este Rey, asesinado por un fanático, Jaime Clement, y
Nostradamus hizo también para él un presagio, el que está señalado con el número
58 y referido al año 1561, mientras que en realidad el regicidio tuvo lugar en
1589: «El rey-rey no es ya (causa) la perniciosidad del Duce».
Y un comentarista del vidente destaca que el doble substantivo empleado para
Enrique III recuerda su doble corona, la de Polonia y la de Francia, y el nombre
del Duce ha de entenderse como sinónimo del apellido del asesino Clement.
Desde la muerte de Nostradamus hasta nuestros días, la historia se ha encargado
de registrar una serie de hechos importantísimos para todos los países europeos.
Si, por ejemplo, nos limitamos a las vicisitudes por las que ha pasado Francia,
vemos que esta grande y poderosa nación, que desde hace muchos siglos ha
cumplido la misión de guía, no sólo ha marcado con una impronta personalísima
todos sus actos civiles, políticos o sociales, sino que con dos epopeyas
trágicamente señeras ha cambiado, probablemente, el curso de la historia
imprimiendo primero a Europa y después al mundo entero un giro que no dudaríamos
en llamar «determinante». Nos referimos a la Revolución de 1789 y al
advenimiento de Napoleón Bonaparte.
Por lo que concierne a la Revolución Francesa, lo que de ella dice Nostradamus
es bastante incompleto, si bien hay algunas cuartetas con claras referencias a
la grave convulsión social, política y religiosa que en ella tuvo su origen. En
pocos versos cita expresamente el nombre del lugar, Varennes, donde el Rey Luis
XVI fue detenido cuando intentaba huir, disfrazado, para eludir la guardia
revolucionaria que buscaba
capturarlo. Es más, el vidente da, con ligerísimas variantes, el nombre de la
persona que lo reconoció y denunció a los revolucionarios. Y nos parece que
estos detalles no pueden atribuirse a puras y simples coincidencias (Centuria
IX, cuarteta XX).
Probablemente la más grave dificultad que encuentra un observador para descifrar
estos versos se debe esencialmente a la complejidad del lenguaje utilizado por
Nostradamus para describir un acontecimiento que debía modificar profundamente
el rostro de Francia y alterar, con tan graves repercusiones, el orden
establecido en todo el mundo.
Hombre de su tiempo, adicto a la Corona y profundamente respetuoso para con la
autoridad y la persona del Rey (recordemos que fue médico cortesano, consejero y
astrólogo muy apreciado en la Corte de Francia), Nostradamus no se atrevía a
predecir clara mente a la monarquía (que le distinguía con su benevolencia y que
probablemente estaba dispuesta a protegerlo contra cualquier eventual acción
contra él por el terrible Tribunal de la Inquisición), el trágico acontecimiento
después del cual la Corona sería sustituida por la República y el propio Rey
ignominiosamente guillotinado.
Cuando se refiere a Napoleón, por el contrario, Nostradamus es sorprendentemente
claro y sumamente inteligente; de él predice el lugar del nacimiento, la
duración y los principales hechos de su reinado a incluso la naturaleza de su
amor por María Luisa (Centuria I, cuarteta LX).
El vidente no habría podido hablar más claro. Ningún otro emperador nació cerca
de Italia; Napoleón costó muy caro al Imperio erigido por él mismo para su
prestigio personal y para su propia gloria, la hecatombe de muertos directa o
indirectamente provocada por el corso, justifica el título de «carnicero» que
Nostradamus le da en sus cuartetas. Y es ésta, asimismo, la opinión de muchos.
Aunque separadas una de otra por un espacio bastante largo que ocupan otras
cuartetas, las dos citadas están perfectamente encadenadas y se complementan
entre sí de tal modo que no es posible desconocer el nexo que las une.
La decimotercera cuarteta de la Centuria VII que, con maravillosa precisión,
dice exactamente el número de años que Napoleón detentó el poder.
También aquí es muy fácil interpretar los versos: la ciudad marítima y tributaria
es, evidentemente, Ajaccio, lugar donde nació Napoleón Bonaparte. La
ciudad se levanta junto al mar, en el golfo de su nombre, en la isla de Córcega;
y podía ser considerada como tributaria del gobierno central francés porque
recientemente había sido adquirida por la Corona y anexionada a Francia, más o
menos cuando nació en ella el joven jefe.
La explicación no deja lugar a dudas; y de un cuidadoso examen de todas las
palabras se desprende la absoluta certeza -sin temor a errar- de que se trata de
la capital de Córcega.
Por lo que respecta al segundo verso, puede parecernos un tanto sibilino y
enigmático, pero basta un momento de reflexión para descartar cualquier clase de
duda. La testa rapada en Francia, a principios del siglo pasado, fue un
exclusivo atributo de Napoleón, que nunca quiso llevar peluca, a diferencia
hasta aquel entonces de los personajes reales, sistemáticamente representados
por pintores y retratistas con largas melenas ensortijadas.
Este particular detalle podría causar alguna extrañeza a los hombres de hoy,
pero en los días aquellos en los que Napoleón empezó a imponer su autoridad y su
prestigio, causó un efecto extraordinario entre las tropas y entre la población
que le estaba sujeta. Sus propios soldados se complacían en llamarle
familiarmente le petit tondu, literalmente «el pequeño pelón». Esta frase
despierta con suma facilidad en nuestra mente la característica figura de Napoleón.
El tercer verso, por el contrario, es muy oscuro y sólo se pueden aventurar,
para intentar explicarlo, algunas hipótesis, como aquella que dice que cuando
accedió Bonaparte al poder estaba aún muy fresco el recuerdo de los hombres del
Directorio que habían aterrorizado a la Francia revolucionaria, comportándose
como «sórdidos» exponentes de un poder dictatorial que hubo de someterse, de
buen o mal talante, al Primer Cónsul.
Referente al último verso, hemos de decir que contiene, al menos, dos datos
incontrovertibles: el número «catorce» y la palabra «tiranía». La cifra indica
con claridad la duración del reino, o mejor del poder, que detentó Napoleón:
desde el 9 de noviembre de 1799 al 23 de junio de 1815. Son exactamente 14 años,
siete meses y catorce días, que se reducen a algo menos de catorce años, si
restamos de ellos los once meses que Napoleón estuvo desterrado en la isla de
Elba. La palabra «tiranía» ha sido empleada por Nostradamus para destacar el
carácter del régimen imperial instaurado por Napoleón, para quien los
parlamentos y las asambleas no tenían absolutamente ningún valor.
¡Síntesis admirable de la vida de Napoleón la que nos ofrece Nostradamus en sus
cuartetas! Y no hay duda de que su vaticinio se cumplió en todos y en cada uno
de los detalles.
Una minuciosa panorámica del siglo XX
Guerra y paz
Desde que terminó la primera guerra mundial hasta que estalló la segunda, o sea,
desde 1917 -18 hasta 1939, los principales acontecimientos que caracterizan este
período (período de tanta importancia para nosotros que puede aseverarse que
vivimos todavía hoy sus consecuencias) fueron descritos por Nostradamus con
absoluta precisión y, a menudo, con particularidades y detalles que excluyen
cualquier posibilidad de error en la interpretación de cuanto nos legó el gran
vidente.
Dice la cuarteta sesenta y tres de la I Centuria:
Los azotes pasados disminuido el mundo,
Largo tiempo la paz, tierras deshabitadas,
Hermana caminará por cielo, tierra, mar y onda,
Después de nuevo las guerras suscitadas.
Cuando los azotes de la primera guerra mundial terminen, el número de habitantes
del mundo habrá disminuido: tal es el significado del primer verso; y reparemos
que el profeta habla de azotes en plural, por lo cual podemos pensar que se
refiere no sólo a la guerra que estalló en Europa, sino también a la revolución
rusa y a la terrible y violenta epidemia que se declaró en España y se extendió
por otras naciones europeas, causando entre la población incontables víctimas.
En cuanto a las tierras deshabitadas, no es preciso esforzarse demasiado para
entender que son las tierras que con el paso de la guerra quedaron estériles y
desoladas, como fueron, por ejemplo, muchas regiones de Franca, de Rusia y de
Polonia, calcinadas por completo.
En este punto especifica Nostradamus que durante el período de paz que seguirá a
tanta desventura, una «hermana» irá por el cielo, tierra y onda.
A quién se refiere el apelativo «hermana» consta claramente en otra cuarteta, la
cuarta de la IV Centuria:
El impotente Príncipe enojado, lamentos y querellas
De rapiñas y saqueos por galos y por líbicos:
Grande es por tierra, en mar infinitas velas.
Hermana Italia será echando a los célticos.
Se describe aquí, en una rápida visión, el período de la historia italiana que
va aproximadamente desde 1860 a 1870, y que culminó con la ocupación de Roma,
que estaba defendida por los zuavos, franceses o libios. El impotente Príncipe
es Francisco II de Borbón, el «Grande» por la tierra es Napoleón III y las
infinitas velas son las flotas borbónicas, francesa a inglesa, como asimismo la
italiana y la austriaca, que surcaron, durante aquellos años, el Mediterráneo.
«Hermana Italia» es, pues, la frase escogida para indicar que se trata de esta
nación; y he aquí ue por aquel entonces Italia irá por cielo, por mar, por tierra
y sobre la onda, que en este caso es el éter, dominado por la prodigiosa
invención de la radio.
Y luego, otra vez, las guerras que vendrán a turbar el equilibrio de Europa tan
difícilmente conseguido y tan precariamente consolidado. Por otra parte, el
Oriente de Europa habrá conocido, durante aquellos mismos años, una convulsión
apocalíptica:
Al gran Imperio llegará otro muy distinto
Bondad distante más de felicidad:
Regido por uno salido no lejos de la plebe,
Corromper reinos gran infelicidad.
(CENTURIA VI, CUARTETA LXVII)
¿Qué otra nación fuera de Rusia estaba entonces regida por la forma imperial?
Este gran imperio estará regido, pues, por un jefe bien distinto, ya por censo,
ya por sangre, casi plebeyo que se comportará tan cruelmente como aquel a quien
ha derribado y se seguirá de ahí una gran tragedia para todas aquellas naciones
que, siguiendo las huellas de este gran imperio, se corromperán por la nueva
doctrina.
Es extraordinariamente interesante proseguir el examen de las cuartetas que se
refieren también a este acontecimiento:
Los dos malignos de Escorpión conjuntos,
El gran Señor asesinado dentro de la sala:
Peste a la Iglesia por el nuevo Rey agregado,
La Europa baja y la septentrional.
(CENTURIA I, CUARTETA LII)
Recordemos la historia: el 15 de marzo de 1917 abdicaba el Zar Nicolás II y
luego era detenido y deportado con toda su familia a Ekaterinenburg, en Siberia;
allí fue asesinado el 16 de julio de 1918, en la sala del pabellón, corriendo
también la misma suerte todos sus allegados.
Ahora bien, la cuarteta dice que el asesinato se cometerá bajo la enseña de los
dos malignos unidos por Escorpión, es decir, de Saturno y de Marte, cuyos
símbolos son la hoz y el martillo, enlazados para formar la figura de Escorpión
que, a su vez, simboliza el error que emponzoña a los pueblos con doctrina y
métodos insidiosos y fraudulentos.
La cuarteta añade, además, que esto acarreará igualmente a la Iglesia grave daño
y en especial el nuevo cabecilla que cambiará la faz de Rusia; sus acólitos
perseguirán a la religión en la Europa meridional y septentrional, como
realmente ocurrió en todo el territorio ruso, en no pocos países situados al
otro lado del telón de acero y, durante el tiempo de la guerra civil, en España.
El cuadro de la revolución rusa se completa con los versos de la cuarteta
cincuenta y nueve de la III Centuria, que dice:
Bárbaro imperio por el tercero usurpado
La mayor parte de su sangre condenar a muerte,
Por muerte senil, por él, el cuarto atacado,
Por temor de que sangre por otra sangre sea muerta.
Si a primera vista parece algo confuso el sentido, es suficiente detenernos
brevemente en cada una de las palabras para desentrañar su significado. El gran
imperio, después de la usurpación del tercer estado, o sea, la burguesía, es
llamado bárbaro, porque, efectivamente, a los dirigentes de la época zarista les
sucedió una clase de baja y mediana burguesía que dio en seguida pruebas de
crueldad y de barbarie, llevando a cabo muchas sangrientas depuraciones en el
seno de sus propios adeptos; por lo cual, transponiendo la frase, conseguiríamos
una mayor coherencia de cuanto se dice. La interpretación podría ser ésta: el
tercer estado condenará a muerte a una buena parte de los de su propia sangre; y
a muchos de los del cuarto estado, es decir, obreros, campesinos y desheredados
de la fortuna, serán por él perseguidos y condenados mediante muerte senil (que
es el hambre), indigencia y trabajos forzados, y ello por temor de que la sangre
derramada se vuelva contra ellos y provoque otra sangre, o dicho con otras
palabras más claras, para que no estalle una reacción y una abierta rebelión
contra los jerifaltes que tanta sangre derramaron ya con el fin de reafirmar el
nuevo régimen ruso.
Los principales acontecimientos de nuestro siglo son claramente mencio nados en
los versos del vidente. Veámoslo:
La cuarteta cincuenta y cuatro de la Centuria dice con claridad que a la plaga
de dos revoluciones seguirá la explosión nacional-socialista de la Alemania
hitleriana. Leemos a este propósito:
Dos revoluciones hechas por el malvado hocero,
De reino y siglos hace mutación,
El móvil signo en su lugar se insiere,
A los dos iguales y de inclinación.
Cuando el malvado hocero, es decir Saturno, que es símbolo de la perversidad y
se identifica con la hoz, habrá llevado a cabo dos revoluciones, la francesa y
la rusa, cambiarán, como consecuencia, tiempos y naciones. Aparecerá entonces
otro partido revolucionario cuyo símbolo será la señal movible (la cruz gamada)
y, sustituyendo al comunista, será semejante a él en sus objetivos y en sus
métodos: la opresión y la muerte para cuantos a él se opongan.
La cuarteta cuarenta y siete de la I Centuria se refiere a la Sociedad de las
Naciones. Dice:
Del lago Leman los discursos enojarán
Los días serán reducidos a semanas,
Luego meses, luego años, luego todos desfallecerán,
Los Magistrados serán condenados por leyes vanas.
La cuarteta es un juicio nada halagüeño y más bien severo de la labor llevada a
cabo por los ministros reunidos en Ginebra, como representantes de las naciones
del mundo: los discursos que se pronunciarán a orillas del lago Leman, dice,
cansarán a todos y serán causa de desunión y de fastidio; los días serán como
semanas, después como meses, como años; todos abandonarán la lucha y al final
las propias leyes que, por falta de un espíritu superior, se convertirán en
letra muerta, condenarán a los mismos magistrados que las elaboraron.
La cuarteta sexta de la V Centuria es una clara referencia a la proclamación de
Víctor Manuel III como emperador:
Al Rey augur la mano imponer sobre el jefe,
Vendrá a rogar por la paz itálica:
A la mano izquierda cambiará el cetro,
De Rey llegará a ser Emperador pacífico.
Es asimismo muy importante el anuncio en la cuarteta ochenta y nueve de la II
Centuria, de dos personajes destinados a gobernar Europa totalitariamente. La
transcribimos para nuestros lectores:
Un día se repartirán el mundo los dos grandes maestros,
Su gran poder se verá aumentado:
La tierra nueva estará en sus poderosas, manos,
Los días del sanguinario están contados.
Dos grandes maestros subirán al poder del Estado, es decir, serán coronados de
autoridad, como se hace con una pieza en el juego de damas; su influencia
política aumentará considerablemente.
Es clara la alusión a Hitler y Mussolini, maestros de escuela ambos mientras que
la Tierra Nueva, América del Norte, alarmada ante el predominio de los dos jefes
sobre el resto de Europa y de la peligrosa extensión de sus doctrinas, vigilarán
el número siempre creciente de sus adeptos y seguidores.
Sigamos viendo el desarrollo de los sucesos bélicos de los años 1941-1945, a
través de una serie de cuartetas que vaticinan los principales hechos (Centuria
III, cuarteta LXXI; Centuria II, cuarteta V; Centuria IV, cuarteta LXVIII).
Algunos versos no necesitan explicación por su claridad. Cuando los habitantes
de las islas, después de un largo asedio, hayan recobrado fuerza y vigor, los
sitiadores de fuera serán derrotados, y sufrirán de nuevo y más que nunca.
En cuanto a las tentativas de negociar la paz, recordemos que en mayo de 1941
Rudolf Hess, enviado especial de Hitler, partió en avión para Inglaterra con el
encargo de entablar negociaciones de Paz y lograr posiblemente una alianza
contra la Rusia Soviética. Con el mismo fin, parece que también había
comunicación epistolar secreta entre diplomáticos italianos y japoneses con los
aliados; tentativas que no dieron resultado positivo, por lo cual, como dice el
vidente, «muchos desearán parlamentar con los grandes señores que llevaron la
guerra a sus hogares, pero nadie absolutamente querrá oírlos. ¡Ay, si Dios no
envía paz a la Tierra!». En esta exclamación parece encerrarse todo el horror de
quien, con cuatro siglos de antelación sobre la realidad de los hechos, veía la
espantosa carnicería que iba a seguir a estos vanos esfuerzos de paz entre los
hombres.
El dolor por las desventuras que van a caer sobre la humanidad es nuevamente
vaticinado por los versos en los que Nostradamus dice que nunca se vio una tal
alianza y amistad entre lobos que correrán famélicos a arremeter y despedazar
la codiciada presa.
Y hace una clara alusión aquí a la guerra que se endurecerá más y más, empleando
armas especiales y nuevos inventos cada vez más perfectos para lograr la
victoria sobre los respectivos adversarios. En pleno siglo XVI era de todo punto
imposible imaginar un «pez de hierro»; frase en la que podemos ver una imagen de
los submarinos, cuya torrecilla se abre y se cierra como se abría en la época de
Nostradamus una carta cerrada con un sello-lacre.
En el año en que los habitantes de Saturno (o sea, las naciones más ricas), y
los de Marte (que podemos identificar con las naciones belicistas) se habrán
enzarzado en una terrible guerra y estará el mundo encendido en furia
devastadora, el aire estará entonces seco (y de hecho el verano de 1944 fue
particularmente duro para los pueblos envueltos en la contienda) y se emplearán
fuegos secretos, es decir, armas desconocidas, a propulsión especial, que
describirán una larga trayectoria y provocarán incendios, especialmente en una
gran ciudad. Vemos en todo ello el devastador incendio de Londres, provocado por
los alemanes con sus famosas V1 y V2, las terribles armas que destruyeron la
capital inglesa, dando lugar a grandes torbellinos y desplazamientos de aire
(viento) a incendios (calor).
Un año después, en 1945, un año más distante todavía de Venus -que significa más
alejado del bienestar y del amor entre los pueblos- los dos grandes de África y
de Asia que no pueden ser otros que Inglaterra (que poseía grandes colonias en
África) y Rusia, invadirán todos los territorios comprendidos entre el Rhin y el
Danubio, como asimismo las tierras comprendidas entre Malta y la Liguria. Las
gentes, al principio, aplaudirán y enaltecerán la hazaña, pero luego habrá
dolores, lutos y lágrimas, primero en Malta y después en toda Italia.
Además, el jefe supremo de los sitiados (la suerte se ha trocado y la situación,
cada día peor, ha convertido a los sitiadores en sitiados) es el dictador
alemán; y contra él y su loco proyecto de lucha a ultranza se ha tramado una
conjuración que, sin llegar a conseguir plenamente su objetivo, ha sembrado el
pánico entre los altos mandos alemanes, fieles al Führer.
Finalmente, el cuadro conclusivo de la retirada germánica en Francia: las
fuerzas anglo-americanas, después de haber desembarcado en las costas francesas
y de haber ocupado la famosa empalizada atlántica y toda la Bretaña, se
dividieron en tres columnas y se dirigieron hacia el corazón de Francia, hacia
las fronteras de Bélgica y de Alemania y hacia Italia.
Al mismo tiempo, otras tropas desembarcaban en Marsella con el claro objetivo de
encerrar entre dos fuegos a las fuerzas alemanas, completamente dislocadas, y
deshechas en el Sur de Francia. Los alemanes abandonaron Marsella (y a los
soldados germanos les sustituyeron inmediatamente los aliados) y se dirigieron
a marchas forzadas, en precipitada fuga, hacia Lyon, donde se encontraron con
los ejércitos que procedían del Norte (Bordelés y Alto Garona).
En esta trágica retirada, ciudades como Toulouse y Narbona sufrieron gravísimas
pérdidas, y los mismos ale manes perdieron, entre muertos y prisioneros, casi un
millón de hombres.
Siguen otras cuartetas de extraordinaria importancia, porque contienen la
descripción de los hechos que determinaron la caída del fascismo, la lucha de
los partisanos y los sucesos que acontecieron después.
En esta época a situación de la guerra en Italia era tal como la describe
Nostradamus: desembarcos de los aliados en Sicilia que habían determinado la
fuga y el abandono de las zonas costeras de la isla por parte de la población
para dirigirse al interior y hacia el continente; desembarcos en Córcega,
Cerdeña, Napoles y Salerno con ocupación de toda la Italia meridional, en tanto
que la población huía en gran parte hacia el norte; gran carestía de alimentos y
hambre en todas estas localidades, agravada por una epidemia de tifus (peste) y
por las inevitables tragedias ue siguen a una ocupación por parte qe una fuerza
bárbara (no olvidemos que con los ingleses y americanos había también marroquíes
y tropas de color), sin olvidar os efectos derivados de la falta de higiene.
Un nieto ocupará el trono por la decisión de dos cosas bastardas; será él quien
doble la enseña del fascio lictorio a causa de las envenenadas saetas disparadas
contra el mismo fascio. Éstos son, en resumen, los acontecimientos que
determinaron la caída del gobierno de Mussolini el 25 de julio de 1943. En
cuanto al nieto, Víctor Manuel III, que subió al trono en 1900 cuando el
anarquista Bresci (de origen desconocido) mató a Humberto I, a él, dice
Nostradamus, corresponderá la misión de derribar al fascismo. Seguiría aquí,
seguramente, la cuarteta ochenta y tres de la VII Centuria, de la que hablan
muchos intérpretes y comentaristas, pero se ha perdido el texto original.
Decía que en una noche de aire cálido, en Consejo, sería atacado sin armas; y
que habría, algún tiempo después, otras lágrimas y otros lamentos, al trocarse
el epitalamio.
Y pasemos ya a los últimos días de la guerra en Italia.
La descripción de los hechos empieza en la Centuria VIII, cuarteta sesenta y
cuatro:
En las islas los niños serán transportados,
Los dos de siete caerán en desesperación:
Los del continente serán soportados,
Nombre de pala, conquistados por las ligas abandonada toda esperanza.
Se recordará muy bien que cuando comenzaron sobre Inglaterra los bombardeos
masivos con las nuevas armas germanas (que tenían como objetivo especial Londres
y las regiones meridionales de la isla), se decidió poner a salvo al mayor número
posible de niños.
Los dos de los siete no son otros que Alemania y Japón, habida cuenta de que las
naciones beligerantes en aquel entonces eran exactamente siete: Japón, Alemania,
Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Rusia a Italia. Ésta se había pasado ya de
campo y su nueva posición no le hacía temer grandes peligros; mientras tanto,
sus antiguos aliados continuaban sufriendo los asaltos de la coalición. Los del
continente son los alemanes, mientras que con «nombre de pala» el vidente
pretende significar Ancona. La conquista de esta ciudad or parte de los
anglo-americanos al principio del año 1945 significó el principio de la derrota
germánica, primero en Italia y luego en el resto de Europa, sin ninguna
esperanza de reacción por parte de los alemanes (Centuria VII, cuarteta XXVII).
Si añadimos a esta cuarteta otras dos, tendremos completo el cuadro de la marcha
de las operaciones aliadas en Italia, durante el período 1944 -1945 (Centuria
II, cuarteta XVI y Centuria V, cuarteta XCIX).
Mientras que la ocupación de las islas y de la Italia meridional había tenido
lugar con cierta facilidad y rapidez, la invasión de las demás regiones de la
península había sido mucho más lenta; los aliados emplearon para completarla
dieciocho meses.
Así, Nostradamus dice que la gran masa de la caballería, es decir, las tropas
acorazadas, de los auto-vehículos y de las fuerzas aéreas que procedentes de
Sicilia habían llegado en muy breve tiempo hasta Vasto en los Abruzzos, tendrán
que esforzarse mucho y fatigarse para alcanzar Ferrara, como si se viesen
impedidos por una enorme cantidad de bagaje (y por bagaje puede asimismo
entenderse, además de los muchos obstáculos interpuestos por la metódica y lenta
retirada de los alemanes, el triste peso de las incontables pérdidas humanas).
Pero llegado el ejército anglo-americano a las proximidades de Ferrara,
desaparecerán los obstáculos y podrán extenderse fácilmente por toda la Italia
septentrional. Entonces, en aquella coyuntura, se celebrarán grandes fiestas en
Turín por la inminente llegada de los libertadores. Y aquellos mismos que
festejarán el acontecimiento darán caza a sus enemigos (alemanes y soldados de
la República de Saló) y sacarán de la cárcel de la ciudad a los rehenes, que los
mismos habían capturado, para fusilarlos.
Los ejércitos aliados, de los que formaban parte tropas de diversas
nacionalidades, ocuparán Italia, y la liberación de este país será acogida con
grandes festejos, a pesar de la espantosa hecatombe de vidas humanas que habrá
costado.
Lombardía, Piamonte, Véneto, Emilia y Pulla (las ciudades ocupan aquí, en esta
cuarteta, el lugar de las regiones) se contarán entre las más devastadas y
destruidas por gentes célticas, es decir, por soldados ingleses y sus aliados de
habla inglesa, y por una falange aguilada, es decir, por un ejército que tendrá
un águila como especial símbolo distintivo (los germánicos tenían precisamente
un águila como distintivo).
Todo esto acontecerá, dice el vidente, cuando Italia (significada por Roma, su
capital) esté bajo la autoridad y el control de un anaano jefe británico, que
podemos identificar con el almirante Stone, el cual dominó la situación hasta el
final de la ocupación de Italia por los aliados.
Los hechos, también en este punto, confirman lo que predijo Nostradamus: el Rey
de Italia perdería, a causa de la guerra, su corona y sus partidarios serían
perseguidos y muertos cruelmente en los dolorosos sucesos de aquellos trágicos
días.
Por tanto, los diferentes acontecimientos que jalonaron las dos guerras
mundiales fueron predichos por Nostradamus con escalofriante exactitud.
La guerra del Golfo y otros conflictos de Oriente Medio
En la centuria I, cuarteta LV, Nostradamus ubica en Oriente Medio algunos
movimientos terroristas que considera sectas, palabra que se adecúa
perfectamente a todas las milicias y facciones que han ido apareciendo en estos
países, como por ejemplo Setiembre Negro, la Organización para la Liberación de
Palestina, la Djihad Islámica o los Revolucionarios de Egipto.
En esta misma cuarteta se define la guerra entre Irán a Irak, así como la
situación global en Oriente Medio. «Habrá efusión de sangre de gentes que viven
bajo el clima opuesto a Irak, hasta el punto que la tierra, el mar, el aire y el
cielo traerán la oscuridad cuando, durante el hambre, las facciones, los
gobiernos serán responsables de pestilencia y de confusión».
Esta es la acertadísima interpretación que, de esta cuarteta, ha llevado a cabo
Fontbrune en su libro Los cometas y las profecías. Nostradamus describió en esta
cuarteta, de una forma clara y precisa, la guerra entre Irán a Irak.
Efectivamente, ésta comenzó el 1 de Septiembre de 1980, y produjo más de 500.000
muertos. El presidente Saddam Hussein, el día 17 de Septiembre del mismo año,
denunciaba unilateralmente el acuerdo firmado en Argel, con el sha de Irán, el 6
de Marzo de 1975, mediante el cual el territorio quedaba dividido en dos partes
iguales, atribuidas a los dos países ribereños, la vía fluvial formada por la
reunión del Tigris y el Eufrates, denominada Chatt el-Arab.
Desde 1980 la guerra estuvo encallada en las marismas del Chatt el-Arab.
«Pestilencia» podría hacer referencia a la utilización de los gases por Irak, y
nos hace pensar en las frecuentes imágenes de soldados iraníes abrasados o
ciegos. Desde 1980, como todos sabemos por las noticias que de estos países nos
llegaron, el Irán bombardeó las grandes ciudades de Irak con cohetes.
Una fiel interpretación de la centuria VIII, cuarteta LXX, nos haría pensar que,
según Nostradamus, el vencedor de este conflicto sería Irán. Aunque luego, por
la historia hemos visto que justamente sucedió lo contrario. «Entrará
miserablemente, malvado, infame, tiranizando Mesopotamia».
La interpretación que da Fontbrune de este trozo de la cuarteta es que «el jefe
iraní» tiranizará Irak (siempre teniendo en cuenta que anteriormente Irak era
Mesopotamia, entre el Tigris y el Eufrates).
En cuanto a la guerra del Golfo Pérsico, existen indicios, frases, que agrupadas
bajo la idea del conflicto bélico mundial, fin de siglo, fin de milenio, etc.,
podrían tener un sentido y hacernos creer que el problema del Golfo estaba ya en
la mente del profeta. De hecho, la III guerra mundial podría empezar empujada
por la acción de los ejércitos árabes.
No obstante, la estrofa XCIII de la tercera centuria es clara al respecto, y muy
concretamente en relación al inicio del conflicto: «Nueva ley, nueva tierra
ocupar». En otras estrofas se anuncia el final del conflicto: «Después de la
victoria (...) vencedor sanguinario del conflicto discurseará, asar la lengua,
la carne y los huesos». (Centuria IV, estrofa LVI).
Descubrimientos e inventos
En las Centurias no sólo encontramos en sus versos la historia de la Humanidad
bajo el perfil de los acontecimientos históricos que han sucedido o que todavía
han de suceder, sino que topamos a menudo con anticipaciones sobre
descubrimientos a inventos absolutamente inimaginables en el tiempo en que
fueron escritos aquellos versos y, desde luego, mucho más difíciles de prever y
de descubrir con la precisión con que lo hace el gran vidente. Lo cual confirma
y ratifica, caso de que fuese necesaria esta confirrriación, el carácter de
verdadero vidente que hemos de atribuir al mago de Salon, a quien algunos
detractores negaron veracidad y profecía entendida ésta en el más alto sentido
de la palabra.
Algunos de los inventos y descubrimientos que él describió en sus profecías, a
menudo bajo forma de auténticas adivinanzas y siempre con el acostumbrado estilo
alegórico y hermético, hoy son perfectamente conocidos; otros, en cambio,
pertenecen a un futuro más o menos próximo, y de ellos esperamos poder tener
confirmación en los años venideros.
El cine mudo y el sonoro
En la cuarteta décima de la Centuria I se dice:
Serpientes transmitidas en la jaula de hierro,
Donde los siete hijos del Rey van presos,
Los ancianos y padres saldrán bajo de la fosa.
Antes de morir ven su fruto muerto y grita.
Las «serpientes transmitidas en la jaula de hierro» son las películas
cinematográficas, enrolladas como serpientes en sus bobinas de hierro y
encerradas en proyectores metálicos para ser proyectadas. En estas películas han
sido aprisionados los siete colores del arco iris (los siete hijos del Rey, es
decir, del sol), para formar las imágenes, ya en blanco y negro, ya en color.
De esta manera nuestros lejanos antepasados y nuestros padres, reproducidos en
la cinta cinematográfica, volverán a vivir para gozar y esparcimiento nuestro,
aunque reducidos a imágenes de muy pequeñas proporciones.
Antes de su muerte, los hermanos Lumière, inventores del cine mudo, consiguieron
ver cómo el producto de su invención (el fruto muerto) hablaba y gritaba, es
decir, cómo se convertía en sonoro el cine mudo.
El aeroplano
La voz oída del insólito pájaro
Sobre el canal del respirable plano:
Tan alto verá del trigo la medida,
Que el hombre del hombre será antropófago.
(CENTURIA II, CUARTETA LXXV)
Se oirá la voz de un insólito y desconocido pájaro sobre el canal del
respirable plano. Entonces la medida o precio del trigo será tan alta que el
hombre se convertirá en antropófago del hombre.
He aquí nuestra exégesis: cuando se oiga el característico zumbido del mo tor de
los aviones (que el propio Nostradamus, en su carta a Enrique II, describe como
un «huy-huy» prolongado), comparado a desconocidos pájaros sobre los aleros de
las casas, en la parte más respirable (o en lo más alto del aire), entonces los
precios de todos los alimentos subirán hasta las estrellas y los víveres más
indispensables, como el pan, serán muy caros.
Telégrafo, teléfono, electricidad
Cuando el animal al hombre doméstico,
Después de grandes penas y saltos venga a hablar,
El rayo a virgen será tan maléfico,
De tierra tomado y suspendido en el aire.
(CENTURIA III, CUARTETA XLIV)
Cuando el animal venga a hablar al hombre doméstico, después de grandes penas y
saltos, el rayo, tomado y suspendido en el aire, será muy maléfico a la virgen.
Es decir, cuando el hombre primitivo, selvático, pueda comunicar y hablar con su
semejante civilizado desde las más remotas tierras, primero a través de grandes
penas y saltos (o sea: mediante el empleo del telégrafo que transmitía
rítmicamente líneas y puntos), y después también directamente mediante un
micrófono, entonces el rayo, es decir, la corriente eléctrica (que dañará
enormemente a la cera virgen de la que se fabricaban las velas) se tomará del
suelo con hilos conductores y se suspenderá en el aire mediante cables y
aisladores que la llevarán a todos los ángulos de la tierra. Nos parece que el
significado de las cuartetas es, también aquí, bastante claro y que no admite
otras interpretaciones.
La «peste» de nuestro fin de siglo
La guerra no toma ahora las características descritas al principio de este
capítulo, sino otras completamente distintas, a pesar de que el color de los
fogonazos no cambia de gama, materializándose en un arma nueva que en vez de
destruir espectacularmente destruye en silencio. Dice la cuarteta sesenta y
cinco de la Centuria X:
La vasta Roma se ha convertido en otra capital en el nuevo imperio, la gran
potencia en el mundo occidental, los Estados Unidos. En nuestro siglo, la guerra
no saldrá de sus muros, es decir, de sus armas bélicas, sino la sangre y el
semen. El virus fatídico se encuentra en la sangre, y la transmisión del virus
se realiza por vía sanguínea directa. Las siglas de la enfermedad fatal son como
muescas horribles o signos mortales, las cuatro letras del nuevo terror:
S.I.D.A. La dolencia se extenderá a todo el mundo. Nadie se verá libre de la
posibilidad de contagiarse ni de sus espantosas consecuencias, puesto que su vía
de contagio es tan elemental como la propia sangre que se halla expuesta a la en
fermedad a cada momento. El «Hierro afilado metido a todos hasta el mango» no
puede ser más explícito en este sentido, una frase que también es posible
interpretar como una alusión al grupo social que primero se vio afectado por el
nuevo morbo: los homosexuales.
Las palabras de esta cuarteta hablan claramente de la caída del Imperio. El
semen, con sus portadores de vida, se hundirá en el vacío y la sangre que da la
vida, será precisamente portadora de todo lo contrario: la sangre y la sustancia
mismas serán pues las desencadenantes de la destrucción. Éstas son las armas del
nuevo imperio, de la nueva Roma que ejerce su influencia por todas partes pero
que camina directamente hacia el desastre. En esta cuarteta Nostradamus
sentencia nuestro mundo, herido ya de muerte.
¿Qué pasará mañana?
«El emperador alemán acongojará a la religión y a la Iglesia. Llenará a Italia
de infinitas amarguras, derribará el castillo de Sant'Angelo y toda la ciudad
leonina. También Francia sufrirá mucho. El emperador se aliará con los
orientales y septentrionales. A causa de estas graves tribulaciones morirá el
Papa. Vendrá luego el Pastor Angélicas y el emperador alemán será derrotado por
el Gran Monarca.»
Esta última profecía es de Nostradamus y está sacada de sus predicciones en
prosa; en ella puede añadírsele la contenida en la cuarteta cincuenta y siete de
la Centuria II:
Antes del conflicto el grande caerá,
El grande a muerte, may repentina y sentida,
La Nave imperfecta, la mayor parte
[nadará, Junto al río la tierra quedará de sangre teñida.
Asesinato del Papa
Antes de que estalle la tercera guerra mundial y caiga el telón de acero (tal
podría ser el significado de «el gran muro» que traen algunas ediciones) Italia
será invadida y el Papa asesinado. De este modo la nave de Pedro, huérfana de
guía, quedará a merced de los dramáticos acontecimientos que seguirán a esta
muerte, no excluida la posibilidad de un cisma; entonces el clero, simbólica
tripulación de la simbólica nave, la abandonará, echándose al mar como único
medio para salvar la vida.
Junto al río (que podría ser el Tíber, si se toma Roma como sede del papado), la
tierra se teñirá de sangre. Esta profecía se completaría con la contenida en la
cuarteta noventa y nueve, de la Centuria VIII:
Por el poder de los tres Reyes temporales,
A otro lugar será transferida la Santa Sede,
Donde la sustancia del espíritu corpóreo,
Será repuesta y recibida por verdadera sede.
La guerra que se desencadenará entre tres grandes potencias afectará igualmente
al jefe de la cristiandad y el pontífice que habrá sucedido al Papa muerto
correrá a su vez un peligro may grave, no sólo en su incolumidad personal, sino
también por la estabilidad de su propio apostolado: la Santa Sede, es decir, la
cátedra de San Pedro será trasladada a otro lugar y sólo al final del conflicto
podrá el Santo Padre volver a Roma, la verdadera sede destinada a albergar al
representante del Señor en la Tierra.
Y la profecía continúa en la cuarteta ochenta y tres de la Centuria V:
Los que tengan empresa subvertir,
Inigualable reino, fuerte a invencible:
Obrarán, con fraude, noches tres advertir,
Cuando el mayor en la mesa lea la Biblia.
Quienes se habían propuesto la obra de subversión y destrucción de la Iglesia
recurrirán al fraude y al engaño y a cualquier otro medio para poder sorprender
al Papa. Lo cual sucederá en cierta ocasión estando el Papa sentado en la mesa
leyendo la Biblia. Tres serán los encargados de capturar al Papa, mediante un
engaño.
Sigue, a continuación, la Centuria IV, cuarteta treinta y tres, que explica
quiénes serán los que tiendan la trampa al Papa y por consiguiente a la misma
Iglesia:
Júpiter unido más a Venus que a la Luna
Apareciendo de plenitud blanca:
Venus escondida bajo la blancura de Neptuno,
Por Marte golpeada con la grande rama.
El lenguaje es completamente metafórico: Nostradamus dice que cuando Júpiter
aparezca con plenitud blanca y esté más próximo a Venus que a la Luna, y Venus
se esconda bajo la blancura de Neptuno, entonces Marte la golpeará con la blanca
rama.
Procuremos explicar el simbolismo: cuando el pontífice aparezca más indinado o
decidido a fijar su atención más en las naciones protestantes que en las
católicas y se esfuerce en poner en práctica el precepto de la caridad, entonces
los protestantes serán maltratados y perseguidos (juntamente con el
pontífice) por una muchedumbre de enemigos (que en este caso quizá podemos
identificar con los comunistas).
Dice la Centuria IX, en la noventa y nueve cuarteta:
Viento Aquilón hará partir la sede,
Por muros echar cenizas, cal y polvo:
Por lluvia luego que les causará más daño,
Último socorro llegar desde su frontera.
El viento de Aquilón, es decir, el que obligará al pontífice, inmediatamente
después de su elección, a dejar Roma, vendrá del Norte. Los habitantes de Roma
defenderán su ciudad, echando desde las murallas sustancias agresivas (podría
evidentemente tratarse de nuevas sustancias químicas, empleadas como armas
defensivas), pero de poco servirán sus esfuerzos, porque el atacante, a su vez,
los acometerá con una verdadera lluvia de bombas que les causarán mucho más daño
que el anteriormente experimentado.
Siguen unas cuartetas que explican y declaran el desconcierto general que se
producirá según vayan desarrollándose los hechos.
Un personaje de gran lustre, destinado a ser muy pronto emperador, fingirá
someterse al pontífice para simular así su apoyo en el cisma que habrá tenido
lugar en el seno de la Iglesia y ayudar a algunos países del Este en su lucha
contra la opresión comunista. Pero luego, la rebelión de este simulador y
falsario causará gravísimo daño a la Iglesia y provocará enconadas luchas entre
sus seguidores.
Los rojos, que podemos identificar como fuerzas enemigas del papado y de la
cristiandad, se echarán sobre Roma so pretexto de que van a restablecer el
pontificado (la gran Capa), esclavo de la anarquía y sometida al cisma. Entonces
el estrago, la carnicería y la venganza serán tales que prácticamente no habrá
familia que no llore la muerte de alguno de sus miembros, y los rojos asesinarán
a un purpurado (probablemente uno de los papas cismáticos). En esta coyuntura,
desde la ciudad de Roma se transmitirá un falso mensaje para comunicar otra
elección papal, también falsa. Los cristianos perderán totalmente la esperanza
de ver volver al verdadero Papa y aceptarán como auténtica la versión de quienes
dicen que ha muerto; se cometerá un delito en una capilla y el anti-papa
superviviente triunfará y coronará a su autor como jefe supremo.
«La gran estrella arderá durante siete días»: esta frase puede interpretarse en
el sentido de que una nueva arma vendrá a sembrar la destrucción y la ruina
entre los hombres; y de esta nueva tempestad (que bien podría ser una guerra)
nacerán dos nuevos personajes de gran prestigio.
Y cuando un gran pontífice logre extender sus dominios sobre nuevos territorios,
entonces los pueblos del Oriente Medio reaccionarán violenta mente.
Después de la victoria de la predicación de un engañamundos, estallará otra
revuelta en Alemania; dos ejércitos se unirán en uno solo y el jefe y su hijo
serán asesinados, en tanto que sobre algunas regiones italianas se abatirán la
violencia y el terror como represalia.
Holocausto nuclear
Dicen las cuartetas sexta y séptima de la Centuria III:
En el templo cerrado el rayo penetrará,
Los ciudadanos extenuados en sus fuertes:
Caballos, bueyes, hombres la onda los, tocará
Con hambre, sed los más débiles armados.
Sobre las picas de los fugitivos fuego del cielo,
Conflicto próximo de los cuervos jugueteando,
Desde tierra se implora ayuda socorro del cielo,
Cuando junto a los muros estarán los combatientes.
Creemos que se trata de un arma tan extraordinariamente mortífera que podría
pulverizar cualquier edificio por sólido que fuese (hoy construye ya el hombre
refugios antiatómicos que podrían asegurarle la supervivencia en caso de ataques
con armas nucleares) y la palabra «templos» puede entenderse en sentido
estrictamente religioso, o en sentido metafórico. Además, el infernal mecanismo
profetizado por Nostradamus podría destruir seguramente las armas de los
enemigos en fuga; lo cual produciría una trágica oleada de muerte, a la que
seguiría una igualmente trágica carestía: ésta será, dice el profeta, la única
miserable arma que va a quedar a los más débiles que sobrevivan.
La nación de la hoz creerá haber eliminado toda resistencia contra ella, pero en
realidad la satisfacción por la victoria obtenida contra todo el mundo durará
poco. Precisamente cuando se crea que todo está perdido, entonces, «in
extremis», las naciones de Occidente se tomarán el más completo desquite. Un
sabio inventor descubrirá y pondrá a punto una novísima arma terrible, cuyos
efectos producirán indefectiblemente gran consternación y luto entre los
hombres. La potencia y el radio de acción de este «dardo del cielo» serán tales
que abarcarán una vastísima extensión de nuestro planeta y, por consiguiente, no
habrá para los enemigos ninguna posibilidad de salvarse.
Estando reunidos los jefes para hallar un remedio y una solución para prevenir o
alejar el grave peligro que les amenaza, se abatirá sobre ellos la nueva arma y
los destruirá. En consecuencia, las tropas, sin sus adalides y caudillos, huirán
a la desbandada y el caos político y militar desbarajustará el orden anterior de
la nación de la hoz. Será como si se hubiese llevado a cabo una masiva ejecución
de los jerifaltes enemigos.
En fin, contra las sectas de los rojos, es decir, contra los varios gobiernos de
régimen comunista, se alinearán todas las demás naciones que se esforzarán en
devolver la paz y la tranquilidad al mundo tan duramente probado a través de
tantas y tan terribles guerras. Después de haber barrido el mundo con un huracán
de hierro y de fuego, no habrá salvación posible para los supervivientes, de
forma que muchos morirán por juicios sumarísimos y cuantos maquinaron contra la
verdadera libertad morirán despiadadamente, a excepción de uno -escribe el gran
profeta-, que más que cualquier otro causará al mundo lutos, desolación y
ruinas.
Esta precisión tiene caracteres de especial importancia, porque permite
determinar una lógica sucesión cronológica entre las cuartetas que se refieren a
futuros acontecimientos, estableciendo una fundamental distinción entre las
predicciones que dicen relación con el próximo conflicto (la tercera guerra
mundial, de la que hemos ya hablado) y las concretan los sucesos que señalarán
el fin de los tiempos.
Este temido Anticristo, a quien se cita muchas veces en las cuartetas de
Nostradamus y asimismo en predicciones de otros varios videntes que vivieron en
distintas épocas, escapará al merecido castigo y saltará de nuevo a la escena del
mundo sólo cuando suene la tremenda hora del fin, preludio del segundo
advenimiento de Cristo sobre la Tierra.
Veamos ahora los acontecimientos que seguirán a la definitiva derrota de los
«Bárbaros», reconstruyéndolos a través de algunas cuartetas que transcribimos:
Cuanto más esté el grande en falso sueño
La inquietud vendrá a tomar reposo:
Levantad falange de oro, de azul y rojo,
Subyugar África, roerla hasta los huesos.
(CENTURIA V, CUARTETA LXIX)
Selín monarca pacificador Italia,
Reinos unidos, rey cristiano del mundo,
Muriendo querrá reposar en Tierra Santa,
Después de haber barrido del mar a los piratas.
(CENTURIA IV, CUARTETA LXXVII)
Tiempos de paz
Europa, tan duramente probada, podrá, al fin, gozar de un poco de paz. El gran
monarca, que tan hábil se habrá mostrado para conseguir la victoria sobre los
enemigos de Occidente, se mostrará también activo y eficaz en la consolación y
robustecimiento de esta paz tan difícilmente conseguida; y, gracias a su gestión,
el ansia y la inquietud que habían tan vivamente atormentado a los hombres hasta
llevarlos al borde de la más grave ruina cesarán y la paz dominará en el mundo.
Y añade todavía el profeta que el advenimiento de esta esperada y feliz Era no
impedirá la explotación de las inmensas reservas ocultas en el continente
africano que serán aprovechadas y explotadas al máximo, para conseguir así que
todas las naciones reciban de ello beneficios comunes.
Nostradamus escribe aquí un nombre en cuyo esclarecimiento han trabajado afanosa
a inútilmente muchos sabios comentaristas: Selin Monarca. No sabemos quién pueda
ser este esclarecido Monarca, y son válidas aquí todas las hipótesis, ya sea que
con este nombre haya querido indicar el vidente el lugar de origen del monarca,
ya se trate de un anagrama del nombre verdadero. Este gran soberano (y la
palabra «soberano» puede admitir una más amplia interpretación, sin necesidad de
que se tome al pie de la letra, y así podría muy bien significar el lefe supremo
de una hegemonía, no necesariamente monárquica), conseguida ya la pacificación
de Italia y unificados bajo su real mando todos los Estados, será el
representante cristiano del mundo, y después de haber limpiado los mares de los
últimos piratas, es decir, de los restos de la flota enemiga, supervivientes
después de la gran derrota, deseará ser enterrado en Tierra Santa, como homenaje
a la tradición cristiana.
Y comenzará entonces un nuevo estado de cosas, una nueva ordenación social, como
indican algunas cuartetas (Centuria III, cuarteta XL y Centuria X, cuarteta XL).
La guerra, maldición de los hombres, será finalmente sometida por la feliz unión
de los Estados; su impotencia para estallar asegurará la paz.
Todas las naciones caerán
Pero los dulces y tranquilos años de paz verán pronto su fin, si hemos de dar
crédito a lo que se dice en la cuarteta cuarenta y seis de la Centuria II.
El primer verso dice con claridad que, después de una gran discordia entre los
hombres, se aproxima otra mucho mayor todavía. Del cielo caerán bombas tan
abundantes como gotas de lluvia que esparcirán mucha sangre inocente, y otra vez
la Humanidad será azotada por crueles desventuras que causarán lutos, dolores y
pestilencias irreprimibles, incluso por parte de la más avanzada ciencia médica.
Esto acontecerá, precisa Nostradamus, cuando en el cielo, por enésima vez,
aparezcan las estelas luminosas de los misiles.
Algunos comentaristas han interpretado esta cuarteta como si fuese una profecía
cumplida ya en la Segunda Guerra Mundial, cuando la V 1 y la V2 alemanas
surcaron el cielo de Europa y sembraron, a su paso, desolación, muerte y ruina.
Pero si bien no faltaron durante aquella contienda violentísimos episodios que
afectaron a muchos inocentes y a muchos pueblos indefensos, es preciso tener en
cuenta las palabras que se refieren al gran motor que renueva los siglos y la
alusión que se hace a la epidemia, que en realidad no se declaró durante el
anterior conflicto. La alusión al fin del mundo, la referencia al ciclo
histórico en el que actualmente vivimos hace posible afirmar que este martirio
de la Humanidad, aún no ha sucedido.
Al término de la predicción, el mundo, dividido en facciones y lacerado por
graves cismas, se hallará inmerso en el más negro y trágico caos.
Las mayores capitales del mundo serán destruidas.
La ciudad que se indica en la cuarteta ochenta y cuatro de la Centuria III, es,
indudablemente, París, cuya destrucción ha sido también vaticinada por otros
videntes, entre los cuales está San Juan Bosco, quien en una carta dirigida al
entonces Papa Pío IX, dice: «El Creador se dará a conocer y visitará París tres
veces con la vara de su enojo». Después de haber exhortado a los parisienses a
que no desprecien sus consejos, concluye el Santo de esta manera a propósito del
destino que les aguarda: «Caerás, durante la tercera visita, en manos
extranjeras y tus enemigos mirarán desde lejos cómo arden tus palacios,
reducidas tus moradas a un montón de ruinas y rociadas con la sangre de tus
prohombres que ya no existen...».
Como puede verse, concuerdan los vaticinios, puesto que Nostradamus afirma que
la ciudad de París quedará completamente desolada y sólo podrán habitarla
contados supervivientes.
Se derrumbarán los edificios y la población será exterminada con hierro y fuego
y nadie se apiadará de los inermes y de los pequeños; hasta los templos serán
violados por la furia demoledora que implacablemente se abatirá sobre ellos. Y
quienes se libren de las armas, morirán víctimas de la epidemia que caerá sobre
la desgraciada metrópoli.
Por lo que respecta a Londres, capital de la nación que poseyó en su día el más
vasto de los imperios coloniales, Nostradamus predice trescientos años de
dominio absoluto y de próspero comercio marítimo que disgustará a los
portugueses. Éstos habrán de ceder a Albión el predominio y la supremacía de las
Indias.
Y llegamos por fin a la profecía que se refiere, seguramente, a la ciudad de
Nueva York, la «gran ciudad nueva» que será atacada por un incendio que podría
estar localizado en la zona de 40° de latitud. Esta súbita llama envolverá
totalmente la ciudad que saltará por el aire, hecha añicos; lo cual sucederá
cuando se piense someter a dura prueba a la gente del norte de Europa,
probablemente los alemanes. También Roma, la ciudad eterna, se incluye entre las
ciudades que van a ser destruidas. Leemos en la cuarteta cien de la VI Centuria:
Hija de la Aurora, asilo del malsano,
Donde hasta el cielo se ve el anfiteatro:
Prodigio visto, tu mal está muy próximo,
Serás cautiva y veces más de cuatro.
Esta profecía, en la que el vidente llama a Roma «hija de la Aurora», ciudad que
levanta hacia el cielo el anfiteatro del coliseo, aconseja tener en cuenta los
próximos desgraciados acontecimientos que se avecinan: la ciudad será asediada
más de cuatro veces.
Para Roma, pues, el destino no es el mismo que el reservado a otras grandes
ciudades: no los hombres, sino las fuerzas de la Naturaleza, darán cuenta de
ella y de su perversidad que consistirá muy especialmente en haber violado las
mismas leyes naturales.
Desde Sicilia, es decir, desde aquel mismo lugar donde Jasón hizo construir sus
naves, vendrá un espantoso y súbito diluvio del que nadie podrá escapar. El
terrible cataclismo hinchará hasta tal exceso las alborotadas aguas del mar que
éstas llegarán a sumergir toda la parte meridional de la península italiana y la
furia de los desatados elementos sólo se detendrá al pie de las colinas donde
están los restos del teatro romano de Fiesole, en Toscana.
En este punto, la profecía de Nostradamus sobre el futuro que nos aguarda parece
decir que el mal triunfará inconteniblemente sobre la tierra; por fortuna no
será así porque será de escasa duración su apoteosis. Se vislumbra ya la última
y definitiva lucha entre los hijos de las tinieblas, mandados por el Anticristo
y los hijos de la Luz, guiados por el Mesías.
El triunfo de la Gran Verdad
Dice Nostradamus que cuando el sol llegue al 20° del Toro, es decir, el día once
de mayo, la Tierra temblará y tragará a todos los espectadores; mientras tanto
el aire se oscurecerá y caerán sobre la Tierra las más densas tinieblas y Dios,
con sus legiones de ángeles y de santos, arrollará y arrumbará totalmente a la
demoníaca criatura que había querido escalar el cielo. Acometido y atacado por
el rayo celeste, el Anticristo se desplomará en la arena a incapaz de llevar a
cabo las maravillas de las que había osado resumir, se abismará en las entrañas
de la tierra, vencido y derrotado. La justicia de Dios se abatirá entonces sobre
los secuaces de Satanás y causará entre los hombres una terrible carnicería. De
esta manera el gran nieto, es decir, el Anticristo descendiente de Satanás, será
constreñido a dejar la Tierra para nunca jamás volver a ella.
Entonces triunfará María, Madre de Dios (a la que Nostradamus indica como una
curiosa perífrasis, siendo «maría» el plural del nombre latino «mare»), de la
cual se ha dicho que «las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella».
El Anticristo, descendiente de la tribu (o califato) de Dan y su inspirador,
Satanás, temblarán ante el juicio que les espera.
Nostradamus ratifica y sanciona la fecha dé cuando va a suceder todo esto:
transcurridos veinte años santos o jubilares, lo cual equivale a decir des pués
de veinte siglos de la fundación de la Iglesia (indicada por el vidente, como de
costumbre, con el nombre de Luna, ya que Cristo es el verdadero Sol que ilumina
con su luz a la Iglesia, como el caso de nuestro satélite), o sea en el año
siete mil del calendario judío, calculado a partir de la expulsión de Adán y Eva
del paraíso. Aquel año, otro retendrá la monarquía; lo cual significa que el sol
dejará de iluminar a la Tierra; mi profecía entonces -añade Nostradamus- se
habrá cumplido.
En aquel período próximo al acabamiento del segundo milenio, los muertos que
estarán en sus tumbas se presentarán de nuevo ante la presencia de Dios y las
espantosas hecatombes que tanto habrán afligido y atormentado al mundo
aparecerán como uno de los medios purificadores de los que Dios se ha valido
para realizar sus propios designios y no ya como una tragedia de la Humanidad,
salvada y redimida.
Un gran juez juzgará los tiempos pasados, lo mismo que el presente, y
pronunciará su sentencia para los vivos y para los muertos, y todos aquellos que
no comprendieron la palabra de Dios serán por Él repudiados.
Finalmente Nostradamus, después de precisar que, conscientes de lo que les
aguarda, los hombres considerarán. el día de su muerte no ya como algo triste,
sino como un momento de gran regocijo y como un nacimiento a la vida espiritual,
concluye diciendo que el Espíritu Santo llenará de gozo y de felicidad a
aquellas almas que, por la victoria tan meritoriamente alcanzada, tendrán
derecho a contemplar en toda su plenitud el esplendor del Verbo. |