Los cometas
Los primeros pasos en el estudio de los cometas fueron efectuados por el
astrónomo inglés Edmond Halley.
Teniendo en cuenta una cierta similitud entre las apariciones cometarias que se
produjeron en 1531, 1607 y 1682, emitió la hipótesis de que estos distintos pasos
eran de hecho de un sólo y único cuerpo celeste. Utilizó las leyes
recientemente establecidas por Isaac Newton para calcular la órbita de este
objeto, y pudo predecir su vuelta en 1758, lo que se produjo
como estaba previsto.
El cometa de Halley revelaba así su verdadera naturaleza: un cuerpo que se
desplaza sobre una órbita muy aplanada, que pasa la mayoría de su tiempo en los
confines del sistema solar, pero que vuelve de nuevo periódicamente a visitar el
Sol y sólo es visible desde la Tierra en ese momento.
Una imagen del cometa Neat, tomada en 2004 desde el observatorio de Kitt Peak.
Percibimos claramente el núcleo, la cabellera (o coma) y la parte más próxima de
la cola. Crédito:
WIYN / NOAO / TENER / NSF
Los cometas son pequeños cuerpos de algunos kilómetros de diámetro, compuestos
por tres cuartas partes de hielo, principalmente hielo de agua, y el resto de
polvo rico en carbono.
A causa de su larga órbita, estos objetos pasan la mayor parte de su tiempo en
regiones alejadas del Sol, más allá de Neptuno y Plutón. Son, por tanto, muy fríos y
bajo forma sólida.
El paso alrededor del Sol
Es en el momento de su paso periódico alrededor del Sol que se producen los
fenómenos que hacen resplandecer un cometa. En efecto, cuando llega al sistema
solar interno, el hielo en la superficie de su núcleo se calienta bajo el efecto
de la radiación solar.
Calentándose, el hielo se vaporiza y arrastra con él las partículas de polvo.
Entonces, aparece alrededor del núcleo un envoltorio difuso de gas y polvo,
llamado cabellera del cometa, cuyo tamaño puede alcanzar hasta 100.000
kilómetros, y que continúa creciendo en la proximidad del Sol.
Este envoltorio es muy luminoso a causa de la fluorescencia de sus gases así
como de la reflexión de la luz solar por sus polvos.
El 4 de julio de 2005, a las 05:52 TUC, la sonda espacial Deep Impact de la
NASA lanzó un proyectil que impactó contra Tempel 1. Los telescopios espaciales
observaron el fenómeno que momentáneamente aumentó el brillo del cometa unas 30
veces, mientras la sonda Deep Impact, que se encontraba a sólo 500 km del cometa,
observó el impacto que levantó una nube de gas y polvo que se extendió unos
1800 km.
Los detalles exactos del cráter que se formó aún no se conocen. Se cree que
puede medir unos 200 metros de diámetro y de 30 a 50 metros de profundidad,
aunque puede ser mucho más pequeño dependiendo de la composición y estructura
del cometa. El propósito de esta misión es estudiar la composición interna del
núcleo de un cometa. Crédito:
NASA/JPL-Caltech/UMD
La cola del cometa
Cuando el cometa continúa acercándose al Sol, se produce un fenómeno todavía más
impresionante.
El viento solar y la presión de radiación de nuestra estrella todavía estiran
esta cabellera y le dan una forma alargada y una longitud prodigiosa, millones
de kilómetros, incluso a veces una unidad astronómica (la distancia Tierra-sol).
Así aparece lo que se llama la cola del cometa, que puede ser el fenómeno
astronómico que más impresiona a simple vista.
Alrededor de esta cola se encuentra un enorme envoltorio invisible de hidrógeno
que proviene de reacciones químicas entre fotones solares y moléculas de agua
que han escapado del núcleo.
Tengamos en cuenta, que la mayoría de las veces hay de hecho dos colas, una derecha y
otra curvada. Estas dos colas están formadas por elementos diferentes.
La primera cola está formada de polvos que son rechazados por la presión de
radiación de los fotones solares. Este proceso es relativamente lento, la
eyección sigue por consiguiente el movimiento del cometa, y la cola se encuentra
allí curvada.
La segunda cola está formada por iones barridos por el viento solar. En este
caso, el proceso es violento y rápido, porque los iones son muy ligeros, la cola
entonces está derecha y apunta en la dirección opuesta al Sol.
El núcleo del cometa Wild 2, fotografiado a una distancia de 500 kilómetros,
durante el sobrevuelo por la sonda americana Stardust el 2 de enero de 2004.
Esta sonda sacó provecho del sobrevuelo para recolectar partículas microscópicas
del cometa y reenviar a la Tierra una cápsula para su análisis. El contenido de
la cápsula, llegado en enero de 2006, va a ayudarnos a comprender mejor los
cometas y la historia de la formación del sistema solar. Crédito:
NASA / JPL
El cometa más conocido es por supuesto el Halley, que nos visita cada 76 años, y
cuya aparición fue ya anotada en el 240 antes de nuestra era.
Su último paso data de 1986. Fue sobrevolado en la época por cinco sondas
espaciales que nos enviaron una multitud de datos sobre el núcleo, la
cabellera y la cola.
El paso más aproximado, a 600 kilómetros del núcleo, fue realizado por la sonda
europea Giotto. Esta última consigue tomar imágenes del núcleo, revelando un
cuerpo muy oscuro en forma de batata, de tamaño 16 por 8 kilómetros.
La sonda pudo también poner en evidencia las zonas de emisión de chorros de
polvo sobre la cara alumbrada por el Sol. |